Meritocracia

Un cuento infantil

Una vez, en un lugar muy lejano, hubo una carrera donde cuatro participantes debían llegar a la cima de una inmensa montaña para ganar. Los competidores tenían tres paradas antes de la meta, y en el final del recorrido, un cofre de marfil con mil monedas de oro espera al triunfador.

Entre ellos están: Luis, un cosechero fornido que jamás estuvo ni cerca de una montaña; Juan, el almacenero del lugar; Marcelo, maestro rural y Guillermo, un personal trainer.

En la fría mañana de un martes, toda la aldea está en el punto de partida. La cima es casi invisible ya que siempre se oculta tras las espesas nubes.

El árbitro mira fijamente a los competidores que están en sus marcas, y a la voz de: “Tres, dos, uno”, hace sonar el estruendoso pistolón.

Guillermo, que es un atleta preparado para estas competencias, arranca la carrera sacando ventaja fácil sobre los demás. Pasado un rato de escalar, caminar y correr, éste llega a la primera parada seguido por Luis, el cosechero. En esa parada cada participante tiene una caja con su nombre, dentro de ella hay una nota y un mapa. Luis, que no sabe leer, le pide ayuda a Guillermo.

– No tengo tiempo. Te hubieras preparado antes – le dijo – Debo seguir.

Luis, al no poder descifrar su mapa, tomó entonces por un camino erróneo.

Las horas pasan y la carrera no se detiene. Sin descanso van rumbo a la cima los tres contendientes en competencia. Se hizo el mediodía y Guillermo llega a la segunda posta mucho antes que los demás. Aquí cada competidor tiene a su almuerzo esperándolo. Guillermo, al llegar primero, devora el suyo, el del extraviado Luis y, como su apetito no se saciaba, se traga el almuerzo de Juan, el almacenero, y continúa.

Cuando los rezagados llegan, Juan, se da cuenta que no tiene alimento. Al estar cansado y hambriento decide abandonar la carrera. Sólo se encarga de buscar algo para saciar su hambre, todo lo demás perdió sentido para él.

A la tardecita, el veloz Guillermo llega a la tercera parada donde hay leña para que cada participante haga su fogata y pase la noche. Pero como los demás no llegan y él tiene sueño, no duda en quitárselas para hacer una gran lumbre que lo proteja del frío de la inhóspita montaña.

Marcelo, el maestro rural, quien tuvo un peregrinar difícil, con dudas, con miedo, con desconfianza del mapa, llega a la tercera posta cuando el sol ya está saliendo. Lo mira a Guillermo, que estaba pronto para seguir viaje, y le dice:

Tengo frío Guillermo ¿Dónde está la leña para mi fogata?

Llegaste tarde así que las use. Dejé un poco ahí, seguro te vendrán bien. Siempre pienso en los demás.           

Marcelo quedó solo. Tiritando de frío en medio de la nada.

A media mañana del miércoles Guillermo llega a la cima. Gustoso, grande, gigante de su gran logro. Una vez allí grita en soledad su victoria, pero está tan alto que nadie puede oírlo, ni mucho menos verlo. Su sucio hedor a transpiración atrae a cuervos que giran sobre su cabeza.

El cofre de marfil con las mil monedas de oro es tan pesado que no puede bajarlo solo, así que decide terminar sus días allí, en la cima de la nada, con mucha riqueza, rodeado de cuervos.

Pequeña o pequeño lector de cuentos, el mundo que te rodea puede llegar a bombardearte con mensajes ruines cómo: la vida es una constante competencia individual, donde hay que ir tras esas mil monedas de oro y conseguirlas como sea, para poder ser feliz. Pero no te dejes engañar. También dicen que sólo los que dan su mejor esfuerzo son los únicos que merecen tenerlas. Pero esa también es otra mentira.

La meritocracia sostiene que merece mayor jerarquía social y económica el que sólo da sus mayores esfuerzos. En el cuento los competidores estaban en una misma línea de largada, la competencia puso a todos en igualdad de oportunidades hacia la victoria, pero ni bien empezó la carrera el más astuto, que tuvo la posibilidad de tener una preparación más completa que el resto, sacó ventaja y no se detuvo a ayudar a quién no sabía. Como su preparación lo ponía por sobre el resto, decidió tomar el sustento de sus prójimos, y ya que la victoria era suya no importaban las necesidades de los demás, así que se adueño de sus recursos.

En esta “Lotería Natural” (John Rawls), los “perdedores” de esta absurda carrera, nacen en familias que no pueden cubrir sus necesidades básicas y mucho menos la preparación para competir en este mundo tan exigente, sólo le tocó nacer ahí, en el seno de esa circunstancia. La meritocracia nos dice que estamos todos en una competencia donde dar el mejor esfuerzo hace al victorioso, pero quizá sólo la largada sea lo único pasible de comparación, ya que no todos los competidores pueden contar con la misma preparación, con las mismas capacidades, ni el mismo talento que el resto. El que pierde lo hace porque no dio lo mejor de sí, por ello, el pobre lo es sólo porque no puso su mejor esfuerzo en acción, y al no darlo, la meritocracia lo convierte automáticamente en un vago, un simple vividor de la asistencia del otro, un paria, alguien que solo es útil para servir al competente y si no le gusta debe ser expulsado.

Corre, vive, escala tus montañas, compite, pero siempre mirando a tus pares, a tu prójimo. Mientras más atomizada esté la fuerza colectiva más fácil es someterlos para ponerlos a competir. Por eso, si alguna vez llegas a la cima compitiendo entre iguales, ¡oh niña o niño lector de cuentos! vuelve al llano con los demás a convidar tus logros, no seas un piojo resucitado, no te cargues con monedas de nada en una cima llena de cuervos, vuelve al llano, liviano de equipaje. 

Esta meritocracia occidental es una falacia tan ruin y miserable, que se la puede explicar con un tonto cuento infantil.

Leandro Lockett
Últimos artículos de Leandro Lockett (Ver todos)

El poder te vence (cuando te convence)

“Es más fácil engañar a la gente que convencerlos de que han sido engañados” Albert Einstein La manipulación mediática destruye […]

El interés por el “Otro”, como “Cosa”

La esclavitud tradicional fue abolida hace más de un siglo y medio. Sus mutaciones modernas, sus consecuencias y nefastas prácticas, […]

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *