POSVERDAD

Gratamente recibí, hace algunas semanas, la invitación de escribir en este espacio web (idea que sigo considerando totalmente desacertada), gustoso acepte pero, al minuto y medio de haber dado el sí, me pregunté: “¿qué puedo llegar a escribir?”, así que puse el agua a calentar y al tercer o cuarto mate, mientras miraba una mancha de humedad en la pared, caí en la cuenta de que podía arrancar mi tosca y precoz decadencia, en esta función de transmitir “algo”, en hablar un poco sobre: La Posverdad, ¿por qué?, porque en la primera edición de Unbroken Politic debe darse, como un chirlo en la nuca, la idea de que los que integramos este medio virtual vamos a caminar por una vereda diferente a ella (sospecho).

Arranquemos por intentar contestar a la pregunta que, intuyo, se estará haciendo el desprevenido lector: ¿Qué carajo es la posverdad?, pues bien, distorsionar la realidad para conseguir un fin es conocido como: mentir, macanear, falsear, engañar, angaú, me dijo que me va a pagar el fiado ni bien cobre, es la primera vez que me pasa, etc. Esa distorsión llevada a un plano mucho más grande de macaneros (los medios masivos de comunicación: tele, radio, cadenas de whatsapp, la chismosa de tu cuñada en el almacén, twitter, etc.) y macaneados (los giles que consumimos eso), es el punto de arranque de la “Posverdad”.

Analicemos un poco a los medios de comunicación.

Por cable hay una catarata descomunal de canales nacionales e internacionales de noticias que pululan como hongos por la pantalla del televisor. Los noticieros con sus placas de “URGENTE” o “ÚLTIMA NOTICIA”, presentan una vez y otra vez y mil veces en el día la nota donde roban y matan al mismo tipo, hasta que ese tipo es reemplazado por otro al que le robaron y murió peor, sin ninguna finalidad más que la de ganar espectadores esparciendo morbo y haciendo un show de la indignación. Estos programas cuentan con conductores y panelistas que juegan a ser abogados y detectives y que terminan siempre con el clásico mensaje: “Es el país que nos toca”, “¿Qué le vamo’ a hace’?”, “No se puede salir a la calle… ¡Y bue!… Pero ahora vamos con el ¡FUT-BOL! y después de la pausa vienen los chismes de la farándula”.

Por radio escuchamos a los opiniólogos de todo que vomitan “cosas” sin cesar. El conductor del programa nos habla desde cómo recortar sin problemas la Goma Eva, hasta la influencia del mercado de valores de Turquía en la macroeconomía en la región, que hace que el precio del atado de cigarrillos Rodeo se dispare casi tanto como el barril de petróleo.

Y ni hablar de internet, donde por facebook, twitter y todas las redes sociales, cualquier trasnochado larga su “fake news” (noticias falsas) sin ningún tipo de control.

En todo momento estamos bombardeados por ellos y, en los tiempos que corren, el hombre moderno no puede darse el lujo de frenar, tomar aire, cavilar en la noticia y dudar de algunas de esas cosas, éste debe seguir corriendo en la maratón de la vida de consumo.

El fin último de los hombres y mujeres de hoy es: tener cosas para ser feliz. ¡Compre la yerba saborizada, o gaste su sueldo en el plan de ahorros de un millón de cuotas del auto que algún día sacará por licitación, o busque el desodorante a bolilla que dura una semana más que el de la competencia! Y entre tantas cosas para consumir están las noticias, a las que uno se las traga sin despeinarse, como las pasas de uva y la fruta abrillantada del pan dulce.

Dentro de esta gigante caterva informativa hay medios de comunicación que se dedican a fabricar o manipular a su antojo a “la noticia”. Conductores dan sus opiniones totalmente sesgadas y maliciosas, para que esos mensajes prefabricados lleguen a los oídos de un tipo con la guardia baja y lo choquen de frente, o a los del que está en sintonía con el odio que necesita seguir consumiendo, repito: porque hoy se toma todo como te lo cuenta la tele, la radio, el meme de Facebook. Nada de esa información amerita ningún tipo de duda, de revisión, porque no estamos acostumbrados a repensar y dudar del mensaje que, a los garrotazos, quieren instalarnos.

Cuando se salieron con la suya y logran meternos en la cabeza a esa maraña de dimes y diretes sacados de la cloaca, se lo llama: Opinión Pública. Ellos (los medios de comunicación), se encargan de presentar dicho logro como: “La calle dice”, “La gente piensa”; ni la calle, ni la gente dicen o piensan nada, son sólo esos mismos tipos, encargados de esparcir su basura, los que después nos quieren inculcar que: “la calle piensa así” (Opinión Publica), para sentenciar y justificar su tendencioso discurso. Así las gentes en el almacén, en la verdulería, mientras su empleada en negro lava la ropa; juzga como ellos, emite la opinión de ellos y repite los clichés de la tele, que a veces no entiende ni sabe qué está diciendo realmente.

Esos medios, esos conductores, locutores, panelistas, no lo hacen de torpes o inocentes, hay intereses de un poder (político, económico: grande, mediano, pequeño), que necesita que te morfes ese mensaje de la manera en que lo cuentan ellos, porque son esos intereses: odio, votos, odio, más odio que genera más adeptos, que necesitan de que vos los balbucees todo el tiempo, eso es Posverdad.

El pensador y escritor argentino Arturo Jauretche, en el año 1968, publicó su libro Manual de Zonceras Argentinas, donde en uno de sus apartados trata a la prensa de aquellos tiempos, decía: “…el cuarto poder existe, sólo que no tiene nada que ver con la libertad de prensa y sí mucho con la libertad de empresa… se trata de un negocio como cualquier otro, que para sostenerse debe ganar dinero vendiendo diarios y recibiendo avisos… porque la prensa es libre sólo en la medida que sirva a la empresa y no contraríe sus intereses” (Ed. Corregidor, 8va edición – 2007. Pág. 203, 204). Como ven, sacarle la careta a esto no es nada nuevo.

Amigos adherentes al arranque de este espacio web, con lo expuesto no quiero generalizar, no es tomar a la parte por el todo, no todos los medios están ahí para sembrar puras mentiras. Esto es una mínima ponencia para decirles a los gritos que a veces debemos parar la pelota, cambiar de canal, escuchar otras voces y repensar lo que nos dicen, es la única que queda para que no nos tomen el pelo. La posverdad está dando vueltas todo el tiempo por todos lados, su función es violentar corazones desprevenidos o cebar a los ya cargados con odio. Que el odio no te ahogue ¡Violencia es mentir!

Leandro Lockett
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