Pérdidas y desperdicios de alimentos: Los enemigos de un sistema alimentario sostenible

Pobreza y hambre son dos palabras que están indisolublemente relacionadas. No se puede pasar hambre ni estar malnutrido si no se es pobre; como que también la pobreza tiene entre sus manifestaciones el hambre, o en el mejor de los casos no brinda la libertad de elegir qué comer.

Como seres humanos estamos habituados a contemplar y maravillarnos con el todo, no prestando atención a las partes que lo componen. Por ejemplo, un bosque no es solo un conjunto de árboles ocupando un espacio, o un océano no es solo la inmensidad que nos brinda la naturaleza.

De la misma manera, un alimento tampoco es solo una “sustancia nutritiva que toma un organismo o un ser vivo para mantener sus funciones vitales”.  Esta última es una definición que toma como eje argumental la cuestión nutricional; pero el alimento es mucho más que un aspecto nutricional cuando se lo vincula con el hambre y la pobreza, es un valor social.

Los alimentos que tiramos

La cadena de valor alimenticia está conformada por un complejo entramado de eslabones. Desde la producción de la materia prima hasta su disposición, todos los alimentos sufren un proceso en el cual se producen pérdidas y desperdicios, habiendo una clara distinción entre ambos términos.

Cuando hablamos de pérdidas de alimentos, nos estamos refiriendo a las que se producen desde el inicio del proceso productivo. Es decir, comienzan con la producción y la cosecha, continúan durante el almacenamiento, siguen en el procesamiento y el transporte, y finalizan con la distribución. En otras palabras, abarcan la primer parte de la cadena de valor.

Por otra parte, cuando aludimos a desperdicios de alimentos, hacemos referencia a la eliminación de los mismos cuando ya están listos para su consumo, o sea que abarcan la segunda parte de la cadena. En consecuencia, son los que se producen durante las etapas de transporte, distribución, almacenamiento, comercialización y llegan hasta el mismo momento del consumo, tanto en hogares como fuera de ellos, en los lugares que brindan servicios de alimentación.

Derrames, daños mecánicos, enfermedades y elevados estándares estéticos, son algunas de las causas que originan pérdidas, y se atribuyen a ineficiencias en el funcionamiento del sistema de producción y abastecimiento. Por otro lado, infraestructura insuficiente, fallas en la cadena de frío, ausencia o mala planificación y rechazo desaprensivo de alimentos por diversas cuestiones en las clases más privilegiadas, son algunas de las que producen desperdicios.

Las estadísticas suelen ser muy crueles

Ahora bien ¿Por qué es importante hablar de pérdidas y desperdicios de alimentos? ¿Cuál es el vínculo que tienen con la pobreza, pero sobre todo con el hambre? ¿Por qué se han transformado en motivo de preocupación mundial? Las respuestas, como siempre, las dan las estadísticas.

En efecto, datos proporcionados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), estiman que aproximadamente el 30% de los alimentos producidos en el mundo para consumo humano son descartados. Esto quiere decir, ni más ni menos, que unas 1.300 millones de toneladas de comida tienen como destino final la basura, ¿una cifra que espanta, no?

Y si quisiéramos hacer un análisis un poco más fino y desagregáramos esa cifra, veríamos que a América Latina y El Caribe le corresponde casi un 10% de ese valor total. Es decir, que en una región con un 30 % de su población, 184 millones de personas viviendo en situación de pobreza, se desechan unas 127 millones de toneladas de alimentos.

¿Qué es lo que pasa en nuestro país, Argentina? Para saberlo, en el año 2015 se realizó un estudio sobre siete sectores de la economía nacional utilizando la misma tecnología que la FAO. Así, ese estudió arrojó como resultado que 16 millones de toneladas de alimentos son descartados a lo largo de toda la cadena de valor. Esa cantidad equivale al 12,5% de la producción total agroalimenticia, correspondiendo un 90% a pérdidas y un 10% a desperdicios.

Por lo tanto, cualquiera sea el nivel que examinemos, mundial, regional o local, los números son verdaderamente alarmantes. Ahora bien, si analizamos esos números en frío y los vinculamos con la sostenibilidad, ahí podremos apreciar la notable ineficiencia con que trabaja todo el sistema.

En efecto, si consideramos el aspecto económico, decir que un 30 % de lo producido no llega a consumirse, es hablar de pérdidas económicas realmente significativas; por otra parte, en términos ambientales, la ineficiencia se traduce en una sobreutilización de recursos que no tendrán un destino y que lo harán a un mayor costo ambiental; y en el aspecto social, la consecuencia es una disminución en la disponibilidad de alimentos a nivel local, lo que también tiene repercusiones en la disponibilidad a nivel planetario. Todo esto en un contexto en el que, como vimos, una gran porcentaje de la población mundial vive en condiciones de pobreza.

Veamos solo un dato que nos permitirá apreciar la magnitud del problema. La huella hídrica, es decir el agua involucrada en los alimentos que sufrirán pérdidas y desperdicios, representa unos 250 km3 en volumen, un número ciertamente impresionante para un mundo con cada vez mayores problemas de suministro de agua potable.

Los desafíos para disminuir pérdidas y desperdicios de alimentos

Así planteadas las cosas queda claro que vivimos en un sistema que adolece de graves fallas, al menos en lo que a alimentación se refiere. En consecuencia, una revisión del mismo es necesaria para lograr una mejora que al menos en forma parcial tenga resultados de alto impacto social.

Con esa intención, en el año 2015 se impulsaron los objetivos de desarrollo sostenible, cuya meta para el año 2030 es reducir a la mitad el total de las pérdidas y desperdicios de alimentos. El logro de este objetivo implica un cambio sustancial en la conducta de todos los actores de las diferentes cadenas involucradas, como así también de las tecnologías empleadas para alcanzar un sistema alimentario sostenible.

Siempre que hablamos de sostenibilidad, estamos haciendo mención a que lo que hagamos en el presente para satisfacer nuestras necesidades no debe afectar a las futuras generaciones. Así, un sistema alimentario sostenible debe garantizar la seguridad alimentaria y nutricional en el presente sin arriesgar la seguridad alimentaria en el futuro.

Para conseguirlo, es indispensable una modificación radical en las formas de producción de los sistemas. Modificaciones basadas, por un lado, en la reducción de las pérdidas durante la producción y la comercialización y por otro, en la reutilización o recuperación de productos para asignarles un nuevo uso. Estas dos condiciones son de fundamental relevancia por su vinculación con el consumo humano y de accionar prioritario.

En el caso de la reutilización, es obligada la interacción entre el sector privado y las organizaciones que se han especializado en la materia. Con ese fin, existen diferentes ONGs, están las que transforman alimentos que han perdido valor económico y le otorgan un valor social aplicando tecnologías para la recuperación de alimentos; están las que recuperan comida que es desechada en eventos y casas de comida; o están las que se dedican a mejorar las condiciones de acondicionamiento y entrega, entre otras tantas.

Finalmente, resulta por demás contradictorio que en un mundo con tantas carencias sociales, la tercera parte de la producción de alimentos tenga como destino su eliminación sin haber cumplido con la función para la cual fueron fabricados. Eso no hace más que poner en blanco sobre negro las tremendas desigualdades que existen en nuestra sociedad, también en el plano alimentico, donde algunos pueden acceder a mucho más de lo que necesitan y otros se ven seriamente afectados.

En virtud de ello, la toma de conciencia de lo que significa “tirar” la comida es un tema que no admite discusión; pero no es el único. En este sentido, la Argentina ha desarrollado un “Programa Nacional para la Reducción de Pérdidas y Desperdicios de Alimentos”.

Este programa está orientado a la creación de políticas públicas para revertir esa situación; además, involucra a todos los actores del sector público y privado y se sustenta en acciones de comunicación, gobernanza, creación de alianzas, promoción y desarrollo de la investigación, el conocimiento y la tecnología y la vinculación con organismos internacionales.

No obstante, más allá de todo lo que se haga desde la órbita estatal, cualquier iniciativa tendrá mayores posibilidades de éxito si se comienza desde los ámbitos locales. Así, municipios, localidades y provincias, dadas las particularidades propias de cada una de ellas, se constituyen en piezas importantes para alcanzarlo. También, en este aspecto, nuestro país cuenta con guías de aplicación a nivel municipal.

Como se puede apreciar, instrumentos para lograr la seguridad alimentaria y un sistema alimentario sostenible, hay. De nosotros depende darles una buena utilización, para poder vivir en un mundo donde el hambre deje de ser una fatalidad humana.

Silvio Monteleone

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