En otra perspectiva de análisis del desarrollo, una pregunta que también es tema de debate para América Latina en general y para nuestro país en particular, es si es posible alcanzar la condición que hoy ostentan Corea del Sur y China, condición que les ha significado pasar de la categoría de países subdesarrollados a la de desarrollados, conforme la tesis formulada por Andre Gunder Frank.
Hay varios aspectos comunes a destacar que configuran el marco en el cual tuvo lugar esa transformación. Una situación inicial con las clases dominantes desarticuladas y subordinadas a un estado autoritario autónomo; planificación central de actividades desde ese mismo estado; creación de una gran masa laboral sometida a condiciones de sobrexplotación, altamente disciplinada y sin poder sindical; control absoluto del estado para la orientación de los recursos financieros; elevados montos de inversión por parte de capitales extranjeros a los que se les exigía, como contrapartida, capacitación de la fuerza laboral y transferencia de conocimientos, y cuestiones geopolíticas y estratégicas que además significaron, en el caso de Corea del Sur, una fuerte inyección de capital por parte de USA.
Difícil es pensar que estas condiciones puedan ser reproducidas en América Latina, toda vez que en esta región, pese a haber pasado por experiencias autoritarias, las clases dominantes, que por otra parte están asociadas al capital transnacional, no han podido ser desmanteladas y aunque existe cierto grado de articulación de las cadenas, las decisiones de producción siempre vienen definidas desde las casas matrices de las empresas multinacionales.
La subordinación del estado a las necesidades de las clases dominantes y del capital extranjero produce una agudización del subdesarrollo en los países de la región, en la que aun con índices favorables de crecimiento, la sobre-explotación, la marginalidad, la exclusión, los avances tecnológicos limitados y la apropiación de la plusvalía relativa por parte de las empresas transnacionales, son condiciones que se mantienen, se estimulan o se incrementan.
A comienzos del siglo XXI, la salida de la convertibilidad significó para Argentina su crisis histórica más aguda. Representó el fracaso del neoliberalismo y una aguda discusión en torno a las respuestas que podía brindar el capitalismo tal cual se presentaba. La salida de la convertibilidad, implicó una serie de medidas que rompieron con las consignas neoliberales e impactaron en el desarrollo de la industria y estaban orientadas a lograr un patrón de crecimiento basado en los sectores productivos, en desmedro de la renta financiera.
La propuesta de Néstor Kirchner (2003/2007), era sentar las bases para la creación de un capitalismo de base nacional, similar al de los países centrales, cuyo foco estaba puesto en el progreso social, el crecimiento económico y una mejor distribución de la riqueza. Esta propuesta, continuada luego por Cristina Kirchner (2008/2015), se realizó de la mano de un difuso pensamiento “neo-desarrollista”, para el cual el Estado debe crear la estructura y las instituciones para canalizar los recursos financieros obtenidos esencialmente mediante ahorro interno, garantizar la provisión de empleo, el pleno empleo y un salario vital.
Lo que caracterizó a este período 2002/2015, fue la ausencia de una estrategia y un plan de desarrollo industrial y una política de ingresos con criterios redistributivos, para mejorar la situación de los sectores más afectados. Quienes sostienen la tesis de la reindustrialización, atribuyen a este período un carácter exitoso, mientras que otros cuestionan ese pensamiento y argumentan que durante esa etapa se vivió un proceso de reindustrialización, pero que ese crecimiento no se tradujo en desarrollo, manteniéndose o profundizándose algunos aspectos de la etapa neoliberal. Entre esos aspectos señalan que se incrementó la participación industrial en el PBI, respecto de la convertibilidad, pero el peso relativo de la industria a fines del 2013, era inferior al máximo alcanzado durante la convertibilidad; la matriz productiva siguió basada en el procesamiento de los recursos naturales, concentrado en el sector industrial de mayor gravitación y controlado por capitales extranjeros orientados a la exportación y no a impulsar la demanda interna; generación de empleo creciente mientras duró el efecto del tipo de cambio competitivo, seguida de una sensible baja por pérdida de dinamismo de las pymes y falta de inversiones de las grandes empresas; fuerte transferencia de ingresos desde el sector asalariado al capital, fundamentalmente al sector; exportaciones basadas en productos provenientes de la explotación de ventajas comparativas; continuidad de la dependencia tecnológica para el sector manufacturero, muy dependiente de divisas, otorgándole un mayor poder a las grandes empresas exportadoras de materia prima, que no dependen del mercado interno, en contraste con las que sí dependen y requieren de productos que no pueden sustituir en el mercado doméstico; profundización del proceso de concentración económica; participación mayoritaria de capital extranjero en la industria argentina y participación relevante de los grupos económicos de capital nacional en sectores beneficiados tras el abandono de la convertibilidad y, finalmente, una errática y desequilibrada política pyme en la que solo algunos sectores se vieron beneficiados.
La expansión del cultivo de soja en nuestro país, que tuvo su origen en la etapa neoliberal pero cuya explosión se produjo a la salida de la convertibilidad, también fue objeto de estudio para ver si sus efectos podían compararse con la denominada “enfermedad holandesa”, y pudieran explicar el limitado desempeño industrial. Según este modelo, el beneficio inicial que recibió el sector sojero en detrimento de otros bienes manufacturados y servicios, con el tiempo y debido a una apreciación cambiaria, debería confluir hacia una nueva situación de equilibrio de precios relativos. En nuestro país, a pesar de la apreciación del tipo de cambio, los resultados del modelo no fueron los esperados, ya que factores externos coyunturales los mitigaron y no se produjo una contracción de la industria manufacturera. Esta situación no es sostenible en el tiempo, por lo que en naciones como la nuestra se requiere de políticas industriales orientadas a reformas estructurales, que le otorguen consistencia a su economía y la hagan menos dependientes de esos factores externos.
A modo de reflexión final, no caben dudas que los cambios experimentados en nuestro país desde principios de siglo, que intentaron significar un giro con respecto al desarrollo convencional e incorporaron varios de los nuevos conceptos descriptos en este trabajo, tampoco ofrecen, todavía, resultados dignos de consideración y en algunos casos, como se ha visto en la etapa pos-convertibilidad y en los efectos de la agriculturización, hasta contradictorios.
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