La fluidez de las reglas y de la dinámica política en Argentina I

¿Por qué siempre tenemos la sensación de fragilidad permanente, casi de anomia en algunos momentos, donde pareciera no existir normas que se respeten? Por otro lado, ¿cómo se explica que en este contexto, generalmente, todos miran hacia el presidente para buscar una respuesta, un punto de referencia? Desde otra óptica: tanto la irreversibilidad de ciertos cambios llevados adelante por un gobierno, como la existencia de una serie de consensos alcanzados por la sociedad, en general quedan desmentidos por la realidad.

Es muy complejo pensar si es primero el huevo o la gallina. Si se impone en principio el no respeto por la letra de la ley o la idea de la imperiosa necesidad de un líder fuerte que actúe como Leviatan.  Si está en nuestro ADN actuar de una forma transgresora y, por lo tanto, el apremio de un líder que determine las coordenadas que nos rijan o es a la inversa.

El espectro de las Instituciones

María Matilde Ollier, Ph.D en Ciencia Política (Notre Dame), habla de baja institucionalidad para referir al contexto en el que se mueven los presidentes argentinos, aunque no solamente ellos. La mayoría de los presidentes sudamericanos se podrían caracterizar de la misma manera. ¿De qué se trata esta baja institucionalidad? Se desarrolla en un contexto donde las reglas carecen de la potencia necesaria para limitar de manera estricta los parámetros de la disputa por el poder. Las reglas se aplican de una manera más laxa que en otros países.[

María Victoria Murillo y Steven Levitsky tienen una mirada similar sobre el tema. Para estos autores, un entorno débilmente institucionalizado posee dos características centrales: las normas no se aplican tal como lo dice el texto escrito, es decir, existe un amplio margen de discrecionalidad de facto con respecto a cómo se lleva a la práctica lo pautado. Además, las reglas formales cambian constantemente. Cada vez que cambia el presidente o la distribución de preferencias en la sociedad, la legislación se modifica.[2]

El cambio permanente de las reglas se puede observar explícitamente en la rápida y radical liberalización de los años noventa y la transformación que se llevó adelante en muchos países sudamericanos en los años 2000. Donde es posible advertir el reemplazo o mutación de regulaciones e instituciones. Podríamos ejemplificar a partir de las reglas electorales, las cuales son modificadas de la mano del gobierno de turno. Así, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, se promovió el sistema de primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO); al día de hoy, Mauricio Macri, sigue alentando un discurso que busca cambiar de raíz el sistema de sufragio implementando el voto electrónico y suprimiendo las PASO. Caben otras posibilidades. En algunas cuestiones, la institucionalidad puede mantenerse relativamente sólida o fortalecerse. Por ejemplo, el circuito administrativo – legal que permite al Estado recuperar la identidad de hijos de desparecidos en la última dictadura se mantuvo en pie, se fortaleció y continuó funcionando a través de los distintos gobiernos democráticos. La arquitectura legal sobre la que se sustenta la representación sindical se ha mantenido sólida a través de varias décadas.

Existe, también, el caso de situaciones intermedias en las que la letra de la ley se mantiene pero no se aplica tal como allí se presenta: por poner un ejemplo, desde la década del noventa, el Congreso aprueba anualmente el presupuesto nacional, aunque no todo lo que allí figura termina cumplimentándose.

De igual forma que la cuestión normativa, atañe ver otras para comprender esta institucionalidad baja o débil. Existen autores que nos hablan de la existencia de instituciones informales que conviven de una manera particular con las normas formales (escritas). Son reglas socialmente compartidas, en general no escritas, que son creadas, comunicadas y aplicadas por fuera de los canales oficiales. Aunque no están escritas, dan forma a la modalidad y la efectividad en el funcionamiento de los sistemas electorales, las legislaturas y los tribunales, así como de otras instituciones democráticas. Podría afirmarse que, en algunos casos, este tipo de reglas refuerzan las instituciones democráticas al fortalecer su efectividad.

Ollier explica que ese escenario, distante de los países de alta institucionalización, se compone de tres dimensiones: en primer lugar, en estas democracias no existen partidos políticos y sistemas de partidos sólidos, reconocibles, con dinámicas previsibles y estables. Mas bien se trata de configuraciones partidarias en las que existen fuertes internas y donde es común que alguna de estas facciones rompan para armar un partido propio. En segundo lugar, en este tipo de entornos, los actores no se reducen a los partidos políticos únicamente. En este sentido, para entender cuál es la dinámica de disputa de poder, es muy importante contemplar las fuentes extra – partidarias. Esto es, los sindicatos, la iglesia, los movimientos sociales, las cámaras empresarias. De alguna manera, lo que en otro momento era etiquetado como corporaciones. Y en tercer lugar, la disputa política en estos contextos de baja institucionalidad se da de manera muy notoria en el siguiente sentido: la dinámica política no es tanto oficialismo versus oposición sino presidente versus oposición.

En este marco de fragilidad de las normas y de primacía de los actores que no son partidos políticos estables e institucionalizados, la figura del presidente cobra una mayor centralidad política. Se convierte en el actor principal del sistema político. En palabras de Ollier: a mayor institucionalización democrática menos margen para la voluntad política, y viceversa.


Gabriel Tolosa
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