La ideología sí importa


¿Cómo imponer una nueva hegemonía cultural e ideológica centrada en los grandes beneficios sociales sin que termine en la uniformidad del pensamiento?

El libro “La superioridad moral de la izquierda” de Sánchez Cuenca más allá del título sugestivo, formula las virtudes y los vicios de las dos hijas del liberalismo clásico, que, todavía en pleno siglo XXI les dan dirección a las distintas visiones del mundo. El profesor de ciencia política nos relata que la superioridad moral de la izquierda surge del principio de reciprocidad (“no le hagas a aquel, lo que no quieres que te hagan a ti”) y tiene su punto de esplendor en el principio kantiano de la universalidad: “obra de tal forma que sea una máxima universal”. En otras palabras, que nadie realice aquello que te parece injusto independientemente de si eso te afecta y que a su vez sea aplicable para todos. Mientras, que, la superioridad intelectual de la derecha surge de la necesidad de eficiencia, en priorizar la lógica de costes-beneficios y en destacar lo individual sobre el interés general con el propósito de generar orden y poder garantizar que los asuntos de la sociedad funcionen. 

Si bien es una obra estupenda para entender las entrañas morales del pensamiento político, nos recuerda, especialmente, que la ideología importa. Un recordatorio oportuno en estos momentos en donde la caída estrepitosa de la izquierda y la conducta rapaz de la derecha en América Latina, provoca neutralidad y una sensación de desmarcarse frente a cualquier discusión filosófica o política de las ideas. Esto fuerza a los ciudadanos, a los activistas y a los políticos a alejarse de las identidades ideológicas porque solo pueden ser asociadas a nuestros fracasos democráticos y al desmantelamiento de cualquier iniciativa relacionada al bienestar general. Primero porque, por un lado, los sectores autoritarios buscan imponer la estigmatización y la criminalización respecto a la ideología que se asume. Y, por el otro, porque los sectores extremistas (no radicales) socializan una lógica de la insuficiencia, al poner a la ideología frente a la estrategia que se asume, el esencialismo frente a la oportunidad, como si la acción política tuviera que ser homogénea y como si un sistema de ideas fuese irreconciliable con los distintos métodos para incidir en la vida pública de las sociedades. Nada distinto a lo que hacen los nacionalistas cuando ponen la bandera frente al migrante para recordarle que no es de los suyos.

De este modo, se termina normalizando la aparente inviabilidad de actuar en función de las convicciones ideológicas porque esto implica estigmatización o insuficiencia, dejando afuera de la disputa política, lo realmente importante que es cambiarles la vida a las personas. 

Pero también es una obra que deja dudas y preguntas que son necesarias poner a discusiones amplias y transversales: Cómo integrar posiciones conservadoras y liberales en las políticas públicas y en las decisiones políticas de un gobierno progresista y popular sin seguir reproduciendo un esquema de privilegios y de lucro en detrimento de grandes mayorías considerando que su órbita ideológica gira en torno a la riqueza, sobre todo, a la particular.

Cómo imponer una nueva hegemonía cultural e ideológica centrada en los grandes beneficios sociales sin que termine en la uniformidad del pensamiento. Pues es verdad que entre más grande es el afán de ruptura y refundación, más se excluye a los grupos sociales que valoran más el bienestar individual. Pero, sobre todo, ¿cómo avanzar en el bien común sin homogeneizar a las mayorías? Porque el postulado “con que las mayorías estén bien, las minorías que han perdido su poder no importan” tiene detrás todo un andamiaje de control social que busca desaparecer las contradicciones de las personas. Y, pretender eliminar algo tan natural en el ser humano como deseos legítimos contrapuestos entre sí, es también atentar contra su propia diversidad y, por ende, la diversidad de todos. 

Lo anterior significa que la totalización de la izquierda ortodoxa en el poder o lo que algunos han denominado la dictadura de las mayorías es una homogeneización a la inversa (a la realizada en el siglo XIX) y que pretende eliminar cualquier disidencia bajo la premisa de vivir mejor, minando en paralelo la propia naturaleza de los seres humanos. ¿Cómo lograr, entonces, el equilibrio entre la justicia social y la libertad individual sin refinar la dominación de unos pocos en detrimento de las mayorías, pero tampoco sin imponer la totalización de una mayoría homogénea sobre la diversidad existente? 

Luis Guillermo Velásquez Pérez
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