Jesús en campaña #NiUnaMenos

Si bien parece un poco evolucionado, y sobre todo refiriéndonos a una sociedad oriental, machista y del siglo I, Jesús no deja de sorprendernos. En este caso, diría yo, hace una revolución incluso violando las leyes propias del pueblo hebreo, del propio pentateuco, de la ley de Moisés, yendo en contra de la sociedad machista religiosa de aquel entonces, defendiendo y reivindicando los derechos de una mujer y en ella por supuesto representa y defiende los derechos de todas. Si los cristianos hubieran entendido lo que Jesús hizo aquí, el mundo definitivamente hubiera sido mejor para las mujeres hace muchos, muchos años. Lamentablemente eso no ha sucedido y afortunadamente Jesús es éste y no otro. Descubrámoslo.

Vamos al texto bíblico.

Mateo 9:20

Y he aquí una mujer enferma de flujo de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; 9:21 porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su manto, seré salva. 9:22 Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora.

Queridas mujeres lectoras quiero que se pongan en situación. La menstruación en el antiguo sistema de la ley era un signo de INMUNDICIA, y no solo era INMUNDA la mujer que la “padecía” sino que era INMUNDO todo lo que ella tocara: su silla, su cama, sus muebles, su ropa, etc. Se incluyen en esta lista todas las personas tocadas por ella en este periodo, traspasándoseles la mencionada INMUNDICIA.

Imagínense que el flujo de sangre no se detiene… por años.

INMUNDA PARA TODA LA VIDA.

Quieren leer…

Levítico 15:19

Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche. 15:20 Todo aquello sobre que ella se acostare mientras estuviere separada, será inmundo; también todo aquello sobre que se sentare será inmundo. 15:21 Y cualquiera que tocare su cama, lavará sus vestidos, y después de lavarse con agua, será inmundo hasta la noche. 15:22 También cualquiera que tocare cualquier mueble sobre que ella se hubiere sentado, lavará sus vestidos; se lavará luego a sí mismo con agua, y será inmundo hasta la noche. 15:23 Y lo que estuviere sobre la cama, o sobre la silla en que ella se hubiere sentado, el que lo tocare será inmundo hasta la noche. 15:24 Si alguno durmiere con ella, y su menstruo fuere sobre él, será inmundo por siete días; y toda cama sobre que durmiere, será inmunda. 15:25 Y la mujer, cuando siguiere el flujo de su sangre por muchos días fuera del tiempo de su costumbre, o cuando tuviere flujo de sangre más de su costumbre, todo el tiempo de su flujo será inmunda como en los días de su costumbre.

Es por eso que esta mujer se acercó por detrás, en medio de la multitud, ella no quería ser vista, no quería ser detectada, es más no podía serlo, todo lo que tocara se haría inmundo. Ella debía pasar desapercibida.

No obstante, la mujer había pergeñado un plan. El mismo estaba moldeado por su fe, pero a su vez caracterizado por los condicionamientos religiosos del pasaje de Levítico.

¿Cuál era el plan?

Seguir a Jesús sigilosamente, como una leona que espera entre la hierba el momento adecuado para su ataque, pasando inadvertida, a escondidas, haciéndose invisible, sin que nadie notara su presencia. Esperar el momento en que una multitud se agolpara sobre el maestro, o que algún hecho distractor surgiera imprevistamente. Ella debía aprovechar cualquier acontecimiento que generase una distracción en el entorno, debía estar atenta al instante adecuado en el que nadie advirtiera al maestro de su presencia, ella debía asegurarse que los discípulos no alertaran a Jesús gritando, “cuidado ahí va LA INMUNDA, LA INMUNDA TE ESTA POR TOCAR.” eso destruiría su única oportunidad.

El objetivo: Tocar, aunque sea el borde de su manto.

De repente sucede, la multitud se agrupa, Jesús es rodeado, pero ella no tiene acceso, no puede llegar hasta él.

¿Cómo abrirse camino si ser delatada?

Milagrosamente para ella, aparece un tal Jairo, que es una autoridad reconocida, el viene desesperado abriendo camino, quiere llegar a Jesús, quiere hablar con él. Todos los ojos de la multitud se posan en Jairo. Nunca había sucedido que semejante autoridad de una sinagoga se rebajara a buscar a Jesús e intentara hablarle públicamente. Es mas todos saben que en la sinagoga Jesús es alimento para las críticas y las condenas. Pero lo que dejó boquiabiertos a todos no fue esto, sino que Jairo al llegar frente a Jesús se arrodillara a sus pies y le rogara, le implorara desesperadamente que lo acompañara a su casa para sanar a su hija. Esto si que era una locura directamente. Nadie lo podía creer. Era la noticia del momento. Un principal de la sinagoga, postrado ante Jesús rogándole…y lo que es peor, invitándole a su casa.

La mujer supo que éste era su momento, que el cielo había preparado una situación única beneficiosa para ella. Ahora sí que nadie la veía, se había transformado en nada. No existía en la historia, no existía en el relato. Todos los flashes estaban sobre Jesús y sobre Jairo, no había lugar para nadie más.

Cuando los protagonistas se dirigen hacia la casa donde se encontraba la niña enferma, la mujer por detrás se acerca, sin ruidos, sigilosamente, sin levantar la vista, solo con la imagen de Jesús en la mente, ahora la imagen de su túnica, su espalda, su larga cabellera nazarena que se perdía y aparecía en medio de cientos de cabezas judías que se interponían entre ella y su esperanza.

-Tan solo tengo que tocar su manto, tan solo tengo que tocar su manto, solo el borde, solo el borde-, pensaba a los gritos mientras sorteaba los obstáculos humanos que la separaban algunos metros de su sanidad.

El último paso… Estira la mano y sin dejar de caminar, toca el borde del santo manto y… Sucede… Como un presagio de lo que en el futuro los humanos llamarían corriente eléctrica, siente el poder entrar en su cuerpo, cauterizando toda arteria defectuosa, sanando todo su cuerpo al instante, vivificando cada músculo de su ser.

Sensación única e indescriptible, pero a la vez inconfundible. Su plan había sido consumado exitosamente. Estaba sana. Ella lo sabía.

En ese momento y como quien roba una preciosa joya y no ha sido detectado, como quien acaba de hacer algo ilegal y desea desaparecer como por arte de magia, se detiene y comienza a regresar, camina en contra de la multitud, se aleja.

Los pasos se le hacen cortos, la multitud le impide la velocidad en el escape contracorriente, pero no debe desesperarse, alerta sus oídos, pero no levanta la mirada, si hay un momento para pasar desapercibida ese es ahora.

De repente la multitud se detiene. Algo sucede…

Los protagonistas de la procesión se han detenido. Jesús se ha detenido. Jairo se ha detenido. Todo el mundo se detiene. El tiempo se detiene. El silencio inunda las calles de la ciudad.

¡Lo inesperado! El maestro se da vuelta y mirando a la multitud pregunta lo que nunca a nadie se le hubiese ocurrido preguntar — ¿Quién ha tocado mis vestidos? –

¡La gente realmente estaba sorprendida!, ¿era una pregunta sería? ¿Acaso este hombre desconocía que lo estaban apretando desde hacía ya varios minutos?

El silencio, no se retiraba, el tiempo seguía detenido, Jesús miraba rostro por rostro, él sabía lo que estaba buscando, sabía lo que estaba diciendo.

Los discípulos siempre lejos de ser conscientes de lo que sucedía intentan esbozar una explicación, pero la mujer había sido delatada por su propia honestidad.

¿Podría quedarse agachada y pasar inadvertida? Sí.

Pero toda su vida había sido así, agachada, invisible, intocable. Toda una vida transcurrida en las sombras, en la humillación, en no poder tener una pareja, no poder abrazar hijos, toda su vida estigmatizada con la palabra INMUNDA y lo que es peor, con su significado impreso en su identidad.

Ya no había nada que perder por eso, “temiendo y temblando” (Marcos 5.33), es ella ahora quien se abre paso ante la multitud, es ella quien intenta cual Moisés el cruce del mar rojo, esta vez un mar rojo distinto… Rojo de ojos malditos, que miran llenos de juicio, de mentes que piensan mentiras, de lenguas que hablan calumnias, de manos que extienden su dedo asesino para señalar a la INMUNDA. Ella conoce ese mar, ha muerto ahogada miles de veces en él.

El mar en silencio se abre, lento, en cada paso, nadie la acusa, porque todos saben que el maestro la reprenderá, nadie le grita porque todos saben que Jesús se ha sentido ofendido por la contaminación que la inmunda le ha generado, nadie la delata porque Jesús ha sido el sabio rabino que descubre el oculto pecado.

El mar se dispone a tragar a su víctima, la encierra, la atrapa y le impide escapar.

Ella se postra ante Jesús y le cuenta la verdad. Se entrega. No hay vuelta atrás y piensa “que sea lo que Dios quiera” …

¿Y qué es lo que Dios quiere?

Sorprendentemente para todos los allí presentes Dios quiere demostrarle al mundo que no hay mar rojo que lo pueda desafiar… Que Jesús ya no trabajaba con los códigos del antiguo sistema. Que él no se ha sentido contaminado ni ofendido, sino sorprendido y agradecido por semejante acto de fe.

Sorprendentemente Dios quiere demostrar que “conforme a la fe de la mujer, sin importar quién es, le será hecho lo que pide” y no solo eso, sino que como premio por haberse atrevido recibirá la salvación como bono incluido.

Jesús anticipándose al milagro que estaba a punto de hacer con la hija de Jairo quiere dejar en claro, que los milagros no se hacen según el número de fila en el que te sientas en la iglesia, o según el cargo ministerial que ostentas, o según la moral y las buenas costumbres que te hacen digno del maestro, sino según la sentencia: “Conforme a tu fe te sea hecho”

Otra vez Jesús habilita la fe de la persona y por esa fe la salva y luego, por gracia y adorno, la sana.

El principal de la sinagoga y la INMUNDA, minutos después, brindan juntos como iguales por la nueva vida posible gracias a la gracia que emana del nuevo sistema que este Jesús enorme, e increíble acaba de instalar.

Martín Gómez
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