Recordando el clasismo y el racismo desde Roma: Una mirada mexicana y boliviana

“La ficción de la legalidad ampara al indígena; la explotación de la realidad lo desangra.” – Eduardo Galeno

Roma sin duda alguna ha despertado una mecha profundamente adormecida y prácticamente invisibilizada en la sociedad Latinoamericana y el mundo entero. La ganadora de varias estatuillas a los Premios Óscar 2019, donde resalta prominentemente una mujer de rasgos indígenas, ha movilizado el motor clasista y racista de la sociedad a un ritmo frenético.  

¿Qué intento mostrar Cuarón en su película?

Existe un amplio debate de la verdadera intención del Director, si solo quería mostrar parte de su infancia o su verdadera intención era demostrar la cruda realidad de las trabajadoras domésticas y el importante papel que han ejercido durante generaciones en la sociedad y que reiteradamente ha sido invisibilizada.

Lo que no está a discusión es lo que nos deja el filme; la protagonista Yalitza Aparicio, mujer indígena Oaxaqueña, adorada por el mundo entero por su debut como actriz, siendo la primera mujer indígena nominada a los Óscares como la mejor actriz. Sin embargo, lo que pasaba en su propio país contrastaba con el resto del mundo, en México fue criticada por su origen, apariencia, color, raza, género. Los mexicanos no aceptaban que una mujer indígena sin carrera artística triunfara en el mundo, como reza el refrán mexicano “No existe peor enemigo para un mexicano que otro mexicano”.

El filme demostró que México es uno de los países más racistas. Demostró que si no eres parte de la élite y estirpe artística no tienes derecho a ascender, peor aún si tú apariencia no coincide con la de los estereotipos impuestos por las grandes televisoras, no puedes ni siquiera pensar en ser actriz.

Yalitza rompió paradigmas y reglas no escritas en Latinoamérica y en el mundo, ha triunfado como ninguna mujer indígena lo había hecho. Ahora, es embajadora y representante de las mujeres indígenas en el mundo; su papel será fundamental en el cambio de perspectiva de la sociedad.

Despierta gran curiosidad cómo, en Bolivia, la figura de Cleodegaria “Cleo” se trasmite como la representación de la explotación laboral que es enfrentada hace más de un siglo por las distintas agrupaciones de mujeres indígenas aglutinadas en sindicatos. Sin embargo, también despierta las sensaciones más radicales del conservadurismo que está tomando cada vez más campo dentro de la sociedad boliviana.

Partamos de un hecho: la transversalidad en el desarrollo de la lucha revolucionaria es indispensable en Latinoamérica o en cualquier otro país del mundo. Es por este motivo que no se puede conformar una revolución aislada que sólo se ocupe de los proletarios hombres, blancos y adultos, como tampoco se podría hablar de una liberación de las mujeres negras sin tomar en cuenta la condición de clase. La interseccionalidad, que profundizó en algún momento Ángela Davis, nos insta a trabajar y repensar la revolución frente al sistema como un vector que atraviesa cada una de las problemáticas de clase, género y raza. Desde el punto de la transversalidad, no se puede entender una revolución feminista impulsada un 8 de marzo, sin la inclusión de las luchas de las trabajadoras y las luchas por las reivindicaciones raciales que se  experimentan en Latinoamérica.

Esta construcción de la lucha por la revolución ha sido orientada por personas que desde su habitus dominante y hegemónico, buscan direccionar las luchas sociales respondiendo a necesidades personales, más que a verdaderas intenciones de restablecer el sistema; en uno más equitativo y justo. Aludiendo a la ilustración anterior, los comentarios vistos en redes sociales como ser: “Yo la hubiera llevado a la Mary” o “pobre Mary, ella también debería haber acompañado a la muchacha”, solo profundizan más las estructuras patriarcales, capitalistas y clasistas en las que se fundan las sociedades Latinoamericanas: el paternalismo.

Fuente: “The strike was divine” Enrique Cedillo/grupoobrerocomunista.wordpress.com.

Cleo es la representación de aquello que debe ser evitado a toda costa; o que mejor aún, bajo las políticas discursivas bolivianas, debe ser aprovechado para fines políticos. La figura de la mujer indígena se realza en muchos discursos de las principales empoderadas del Movimiento al Socialismo, pero la verdad cae bajo su propio peso cuando el propio presidente “indígena” asevera lo siguiente: Sólo una cosa estaba mal, ¿saben por qué no he bailado? (Porque) las hermanas cholitas estaban con calza, está mal eso. Hermano diputado, hermano alcalde, la próxima si quieres hacerme bailar (las cholitas) sin calza por si acaso” o uno de los principales líderes cocaleros afirma: Festejaremos con calma, con tranquilidad. (El) ministro me ha comprometido quedarse hasta horas en la noche (…) La compañera ejecutiva tiene garantizado miss Federación, garantizado miss Cholita Federación, garantizado para nuestras autoridades, ya hemos observado todo lo que tenemos que ver, así que nuestro ministro se queda hasta la tarde”.

Es aquí donde nace una diferencia entre la representación identitaria de lo indígena, lo femenino, lo pobre, la clase baja: En Bolivia se ha tergiversado para fines discursivo-políticos mientras que en México se ha acentuado en la cultura política del mexicano promedio y por lo tanto en su construcción de identidad: “ser todo menos moreno, ser todo menos hablar una lengua originaria, ser todo menos sirvienta, ser todo menos indígena”. Cabe aclarar, que ambas no son excluyentes; por lo tanto es muy posible ver un uso discursivo de la clase social, la raza, el color de piel o la lengua en México, como también es posible ver el renacer de la discriminación abierta en Bolivia. Más que todo, el hincapié en esta afirmación nace desde la necesidad de visibilizar la discriminación y la misoginia boliviana como una problemática actual, latente y en constante lucha. Fuera de lo que nos dicen los medios discursivos estatales.

Es por este motivo que Roma devuelve a la vida una nebulosa sepultada a la fuerza por una ley que solo escondió el racismo blancoide e impulsó el racismo indígena. La búsqueda de una supremacía política y social en donde las mujeres, las pobres, las indígenas y las mestizas son bajas casuales ejecutadas por nuevas élites políticas. Definitivamente Alfonso Cuarón hizo que nos acordáramos que ya no somos racistas, pero seguimos creyendo que el indígena es bruto; ya no somos clasistas, pero el “facho clasemediero” es hipócrita; ya no somos misóginos, pero recogeremos mujeres ebrias fuera de las discotecas; ya no somos violentos, pero nuestra tolerancia política cada día baja más.

Gonzalo Carrera Cornejo
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