Los jóvenes merecen más de lo que reciben

Los jóvenes son el mayor agente de cambio potencial de la sociedad, tienen más disposición que cualquier otro sector a comprometerse con causas nobles, con ideales y desafíos colectivos. Podríamos decir que se encuentran expectantes de ser citados para ello. Son ellos los que primero se deciden, se involucran y participan solidariamente ante los problemas de tan diversa índole que sufren nuestra provincia y nuestro país.

Son muchos los que se quejan de la apatía de los jóvenes por las situaciones políticas que atravesamos, pero sin embargo también son muchos los adolescentes y jóvenes que quieren ayudar a su ciudad, su provincia y a todos aquellos que más lo necesitan.

Debemos entender que no todos se desentienden de la problemática social y política, que son el estímulo que se les proporciona para participar, así como los valores que reciben y referencias que influyen en ellos, lo que formará ciudadanos que decidirán con su accionar o pasividad la calidad del sistema democrático que defendemos.

No es conveniente generalizar sobre la juventud. Se supone que no hay una sola forma de ser joven, que la experiencia juvenil esta mediada por diversos factores como el género, el nivel socioeconómico o la pertenencia a instituciones, educativas, laborales y religiosas que generan diferentes experiencias de vida.

No es lo mismo nacer en un lugar o en otro, en la ciudad o en la zona rural, en el seno de una familia que recibe ingresos económicos suficientes para ubicarse por encima de la línea de pobreza o en una de ingresos inferiores, es distinto ser de diferentes etnias, o de diferente género, o, en definitiva, de un sinfín de condicionamientos, algunos naturales, otros sociales, otros culturales, otros económicos. Son estos destinos los que dan lugar a vulnerabilidades, riesgos y oportunidades diferentes para cada joven, con reacciones diversas encada uno, cuando de estrategias de vida hablamos.

La democratización que tanto se busca en el campo político, se logrará con más fuerza si apostamos por una participación masiva de los jóvenes. En el campo económico, la crisis que estamos atravesando genera una agenda desafiante. En lo social, se está generando la conciencia de la necesidad de priorizar la lucha contra la pobreza y la desigualdad, que encuentra a los jóvenes entre sus víctimas preferidas.

Debemos ser conscientes de que los ingresos económicos insuficientes, el bajo nivel de educación promedio de los jóvenes y la alta incidencia en empleos de baja productividad forman un circulo del que es cada vez más difícil salir, dando como resultado, la exclusión social que conduce a la precariedad laboral, ausencia de seguridad social y falta de derechos y pocos acuerdos sobre condiciones laborales dignas.

Numerosos estudios dentro de este grupo etario han demostrado que para los jóvenes la familia sigue siendo la unidad esencial, que genera afectividad, madurez, salud psíquica, equilibrio emocional y capacidad de aprendizaje. Es su reducto afectivo. El lugar donde pueden expresarse, dialogar, encontrar guía y contención. Los jóvenes valoran el apoyo y el cariño que se les brinda. Sin embargo y pese a lo que ellos opinan sobre la familia, ésta, como institución,está sufriendo la peor de sus crisis.

Las encuestas demuestran que la mayoría de los jóvenes viven con sus familias y estos períodos de convivencia aumentan cada vez más debido a las dificultades de inserción laboral.

Es importante reconocer que la educación es otro pilar fundamental para los países, las familias y las personas. Los mayores y mejores logros, las mejores oportunidades y los ingresos diferenciales solo se logran con más y mejor educación. Todo capital acumulado de educación relevante influye en la vida laboral futura, en las relaciones, en la inclusión social de la familia. Por ello, las políticas públicas deben erradicar las diferencias, no es posible seguir acentuando esas desigualdades históricas de las que hablamos, no es posible que los más humildes reciban una educación en condiciones más desfavorables, con menos horas de clases, con menos recursos de soporte, con equipos no dispuestos al abordaje y contención integral de las problemáticas de los niños, niñas y adolescentes.

Por otra parte, la poca contención con que cuentan los jóvenes por parte del sistema de salud, se concentra en los problemas físicos con un descuido del apoyo psicológico necesario para transitar las dificultades propias de esta etapa de la vida.

Problemáticas como las enfermedades de transmisión sexual, la drogadicción y la prostitución, tan presentes en nuestra realidad, son riesgos que afectan principalmente a los jóvenes. La mortalidad juvenil tiene su principal causa en la violencia, producto de una sociedad que no logra equilibrar factores como el empleo, la educación y la familia para dar respuestas y espacios de inserción y contención a los jóvenes.

Estamos comprometidos en transformar la sociedad en que vivimos, y para ello tenemos que convocar a los jóvenes a que confíen en nosotros y nos acompañen en este cambio. Es nuestra obligación como adultos fomentar la solidaridad y la participación, reconozcamos las ideas e inquietudes que los jóvenes tienen y potenciémoslas.

Nuestros jóvenes tienen la capacidad para protagonizar el cambio que necesitamos y construir el futuro que queremos, no permitamos que pierdan credibilidad en el sistema democrático, que se ve vapuleado por la disgregación entre la promesa electoral y la realidad, las prácticas clientelares, la corrupción y otros tantos factores. Brindémosles los espacios necesarios para su participación en la política y creemos liderazgos basados en la ética para captar su interés.

La práctica demuestra que canalizan sus inquietudes a través de las propuestas voluntarias significativas como la ayuda al prójimo. Es necesario que apoyemos la participación cuando proviene de los jóvenes, que desde la familia y la escuela se enseñe la estrecha relación que existe entre la vocación política y el compromiso solidario, para rehabilitar la conducta política y lograr de esa manera políticas públicas que terminen con la desigualdad, la explotación, la opresión y la exclusión social.

Maria Teresa Celada
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