Políticas públicas para la soledad


En otros tiempos la soledad era percibida como extraña, casi estigmatizante, como regla social. Pero ahora vivir solo, comer solo, o salir solo es un comportamiento culturalmente masivo y normal.

Una de las grandes características de nuestros tiempos es que es cada vez más frecuente ver adultos que se sienten deprimidos, en grandes rasgos, porque dicen sentirse solos. Ante esta problemática, algunos países como Inglaterra implementaron una Política de Estado: crearon un Ministerio de la Soledad, dictaron leyes para obligar a los hijos a visitar a los padres, dispusieron políticas de aislamiento cero, o programas de envejecimiento digno.

Cabe mencionar que la legislación del siglo XX distinguió entre los que trabajan activamente y los que se jubilan, que al llegar a la década de los sesenta años pasan a ser la “clase pasiva”. Estas leyes se basaban en que este grupo era poco numeroso, constituído por personas que vivirían poco tiempo más y se sostendrían con los ahorros que habían efectuado en su vida activa. Pero todo eso cambió y no se condice con lo que actualmente percibimos.

En nuestros tiempos existe un sector cada vez más grande de personas que pueden vivir hasta los 80 o 90 años. El tiempo de su primer trabajo es igual o menor al tiempo que pasan después de jubilarse, sus gastos aumentan considerablemente por el costo de la medicina de la “tercera edad”, y todo esto impacta en el sistema de seguridad social, abriendo un debate que es conocido sobre este tema: ampliar o no ampliar la edad de jubilación en hombres y mujeres.

Pero hay otros aspectos a considerar que serán tratados en el presente artículo.

Para empezar, consideremos que una vida extensa es difícil para los adultos de más de 50 años dentro de un contexto de cambios tecnológicos acelerados. Por ejemplo: una persona que hoy tiene 90 años tuvo una infancia donde no existían las cocinas, heladeras, aire acondicionado, trasplantes de corazón, automóviles, teléfonos, aviones, viajes a la luna o la televisión. Por otro lado, una persona que hoy tiene 30 años asistió al nacimiento de los teléfonos inteligentes, Internet, Google, YouTube, Amazon, Facebook, tecnologías médicas increíbles, automóviles no guiados, las series en Netflix o la moneda electrónica.

Los adultos mayores padecen la tecnológica, los adelantos los superan, no entienden lo que pasa a su alrededor, tienen que preguntar a los de menor edad cómo hacer para usar un teléfono o cobrar la jubilación en el home banking. Las posibilidades de ganar su propio ingreso en un mundo de trabajos basados en una tecnología que se desconoce disminuyen considerablemente.

En este aspecto, tampoco el grupo de parientes o amigos puede cumplir funciones de contención como se hacía antiguamente. En otros tiempos, se trabajaba en la unidad económica familiar y los hijos podían sostener a los padres cuando fueran adultos. En nuestro tiempo, cada uno trabaja o vive o tiene relaciones fuera de la familia y la adolescencia se extiende cada vez más, todo lo cual lleva a una existencia individual. En otros tiempos la soledad era percibida como extraña, casi estigmatizante, como regla social. Pero ahora vivir solo, comer solo, o salir solo es un comportamiento culturalmente masivo y normal.

Resumiendo, el problema social es que existe un numeroso grupo de personas adultas en soledad que terminan la vida laboral tradicional (o padecen el desempleo a partir de los 50 con escasas posibilidades de volver a insertarse en el mercado de trabajo), viven en un entorno tecnológico que les resulta cada vez más incomprensible y tienen familias o amigos que no pueden hacerse cargo de la contención que precisan.

En casi todas nuestras sociedades latinoamericanas los ancianos son la población más vulnerable (junto con los niños en condición de pobreza). Hay jubilados que no pueden pagar sus medicamentos; hay problemas de cuidado tanto en términos de mercantilización (contratar una enfermera suele ser costoso) como de desmercantilización y/o familiarización (apoyarse en la familia es muchas veces complicado y poco efectivo)Sumado a eso, también duele a los familiares o amigos que quieren ayudarlos pero no pueden o no saben cómo (claro, son familiares, no enfermeros). Es demasiado para que cada uno se arregle a su manera y en ninguna familia se sabe a ciencia cierta cómo se debe proceder para el cuidado de los adultos mayores. Éstos, mientras tanto, sufren en soledad.

Para entender mejor el problema de la soledad, es preciso mencionar los siguientes puntos:

1– Las estadísticas indican que un cuarto de la población mundial manifiesta que no tiene con quién hablar. El aislamiento social se ha convertido en un gran problema de salud pública de nuestro tiempo. Tanto, que se llegó a postular que la soledad es una epidemia del presente y del futuro.

2- Los estudios sugieren que, cuando nos sentimos solos, procesamos con mayor velocidad la información social negativa y, en consecuencia, como un círculo vicioso, tenemos una postura más hostil y defensiva en las interacciones sociales. Los trastornos conductuales como los comportamientos impulsivos, el alcoholismo, la irritabilidad e, incluso, las ideaciones suicidas pueden asociarse con la soledad.

3- En las interacciones personales, se libera una cascada de mensajeros químicos –neurotransmisores– que refuerzan, así como las vacunas, nuestro sistema inmunológico para el presente y para el futuro. Por lo tanto,tenemos que propiciar este contacto social. Nos hace bien mirar a la cara a una persona, dar la mano o un abrazo.

4– La soledad crónica es una problemática que está aumentando en los países industrializados, lo que trae como consecuencia un impacto en la salud física y mental de sus comunidades. Por eso, en países como el Reino Unido, se ha creado un Ministerio de la Soledad, cuyo objetivo es resolver los problemas sociales relacionados con esta epidemia a través de programas multidisciplinarios.

5- Es importante desarrollar estrategias amplias, y seguir recolectando estadísticas y evidencia sin perder de vista a las personas que sufren. El puente entre la ciencia y la política pública debe ser cada vez más fuerte.

Es evidente que cada vez los adultos se sienten más solos y sufren depresión. Algunos analistas sugieren que se debe a que son poco valorados: antes los abuelos eran una biblioteca viviente, hoy en día compiten en desventaja con internet. Antes los abuelos eran un entrenamiento para niños y jóvenes, hoy los chicos se divierten con aparatos electrónicos.

Para concluir, es menester resaltar que los adultos mayores tienen la experiencia que puede ser sabiduría, y hay que apreciarla en una sociedad que avanza constantemente en términos tecnológicos pero retrocede ampliamente en términos de valores como solidaridad, compañerismo y empatía. Y ante este diagnóstico, es imperioso que el Estado tome una postura e implemente políticas públicas para mejorar la calidad de vida de aquellas personas que están transitando los últimos años de su vida.

Julian Alvarez Sansone
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