Patas arriba

Al  político corrupto el diccionario lo define como policastro <<político inhábil o que actúa con fines o medios turbios>>, y está demás decir que no hay que ser un experto politólogo para entender que sus discursos cobran su verdadero sentido cuando se los lee al revés. Bien sabemos que gran parte de estas corrupciones se basan en el robar, que pertenecen al orden de los vicios aceptados por costumbre, mientras se descalifica a la democracia y se difunde la moral del vale todo.

Nadie en su sano juicio los etiquetaría a todos por igual. Pero la realidad en la que vivimos nos hace vacilar continuamente, y en muchas ocasiones (diría yo en las mayorías) tristemente acaba siendo cierto. Y quedamos en la nada, lo que creíamos no lo era, nos sentimos unos imbéciles por defenderlos en un principio. Terminan siendo lo que no son, y ni siquiera aspiran serlo. Se nos ríen en la cara, y solo los valientes se animan a decirlo en voz alta, lo que están o intentando hacer con un fin devastador para el pueblo.  Tampoco condenarlos públicamente de forma extrema, sino poder aceptar quiénes verdaderamente  son y tener memoria a la hora del sufragio.

  En 1993, el presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, fue destituido de su cargo, y condenado a prisión domiciliaria, por malversación de fondos. En ningún acontecimiento, nunca nadie en la historia  de América latina ha sido obligado a regresar el dinero que robó: ni los presidentes, ministros, funcionarios, directores de servicios públicos, ni legisladores que toman el dinero por debajo de la mesa. Nunca nadie ha regresado nada.

Los gobiernos gobiernan cada vez menos, y cada vez menos representado se siente por ellos el pueblo que los votó. “Robó pero hizo” dicen algunos, perdón, robar es un delito y hacer es su obligación.

Nos prometen cambios y cambian, pero de opinión. Juran con la mano en el pecho que la soberanía nacional no tiene precio, y son los que después la regalan. En sus candidaturas anuncian que meterán presos a los saqueadores y luego son ellos los que se roban hasta los documentos históricos. Promulgan vociferando amar a la patria tanto, pero tanto, que hasta se la llevan a su casa o las depositan en sus cuentas bancarias.

Nada encuentro más triste que la situación del hombre que, traspuestos los años, cruza los brazos sobre el pecho, baja la frente, entra en sí mismo, mira hacia atrás el camino recorrido y tiene que decidirse amargamente, preguntándose: ¿Quién hará menos desastre?

Espero ardientemente, que en este año de elecciones, podamos elegir, mediante el voto consciente y reflexivo, a los mejores candidatos sometidos a la elección del pueblo en los comicios públicos. Y que nosotros podamos desempeñar el papel de ciudadanos, con responsabilidad y desinterés.

Keila Aguirre
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