Ganadores, perdedores y lecciones políticas: El panorama boliviano después de las elecciones subnacionales

Desde que el 10 de noviembre de 2019 hubo un golpe de Estado contra el gobierno de Evo Morales, Bolivia ha experimentado una montaña rusa en su política interior. El fanatismo religioso y la militarización que pretendía imponer la derecha golpista fue repelida por el pueblo boliviano en una especie de referéndum en octubre del año pasado.

Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) ganó abrumadoramente en la primera vuelta con poco más del 55 % de los votos. El triunfo fue más sorprendente a nivel local, dado que el MAS ganó casi 90 % de los municipios en toda Bolivia. Una victoria arrasadora por donde se le vea.

Pero el pasado 7 de marzo, hubo en Bolivia elecciones para alcaldes y gobernadores, donde el triunfo del MAS ya no fue tan contundente. Esto es normal en cualquier parte del mundo. Regularmente, en unas elecciones presidenciales el triunfo del partido ganador suele tener una brecha más amplia con el resto de los partidos políticos que en unas elecciones regionales o intermedias. Esto es porque más gente suele votar en las elecciones presidenciales y muchos de esos votantes la toman como referendos y guiados por el carisma de los contendientes.

Las elecciones regionales o intermedias suelen ser más apretadas, porque la participación de la ciudadanía disminuye y se refleja en mayores porcentajes el voto duro, militante o partidista. Además, al no haber una figura nacional, las candidaturas obedecen a dinámicas locales o regionales, y a luchas de poder distintas a las de una elección nacional.

El mapa electoral que quedó dibujado en Bolivia es muestra de lo anterior y nos deja sensaciones similares a las nacionales de 2014 y las regionales de 2015 en el país andino. En 2014, el MAS arrasó con 61 % de los votos, mientras que tan solo unos meses después mostró muchas dificultades para obtener resultados satisfactorios en las grandes ciudades, ganando solo dos de las nueve capitales de los departamentos (Sucre y Potosí), además de perder dos bastiones importantísimos para el MAS (Cochabamba y El Alto), tanto por el número de habitantes como por su profundo valor simbólico.

Aun así, en 2015, el MAS ganó seis de los nueve departamentos y obtuvo un promedio de casi 42 % de los votos totales, una cifra muy alta, pero veinte puntos menor a la obtenida meses antes en las nacionales. En esta ocasión se volvió a repetir un fenómeno similar. El MAS perdió ante distintas expresiones de la derecha en las ciudades de La Paz, Santa Cruz y Cochabamba, mientras que Eva Copa, exmilitante del MAS y quien fuera presidenta del Senado durante la crisis del golpe de Estado, decidió competir de forma autónoma por la alcaldía de El Alto al no ser nominada por el MAS y ganó contundentemente con casi el 70 %.

La oposición boliviana giró todavía más a la derecha, nuevamente. Luis Fernando Camacho, una de las figuras centrales del golpe de Estado de 2019 y de la ultraderecha boliviana, tuvo una muy discreta participación en las elecciones presidenciales de 2020 al obtener solamente un 14 %, pero mostró su músculo en casa al ganar el Departamento de Santa Cruz en estas elecciones subnacionales, con alrededor del 55% de los votos.

Un caso similar es el de Cochabamba, donde el empresario y militar Manfred Reyes Villa, quien ya había sido alcalde este bastión cocalero, volvió a alzarse con la victoria en esta alcaldía con más del 50 % de las preferencias. Reyes Villa se refugió en EE.UU. por algún tiempo después de las acusaciones por corrupción y malversación de fondos, pero en el interregno golpista volvió a Bolivia y hasta pudo postularse nuevamente a la alcaldía donde surgió el movimiento cocalero. Y ganó claramente.

Comunidad Ciudadana, el partido de Carlos Mesa y la derecha menos radical tuvo un fracaso estrepitoso. Después de ser segundos en las elecciones presidenciales, no obtuvieron ninguna victoria que merezca ser mencionada. Al contrario, en lugares donde en 2020 lideró las votaciones con 40-50 por ciento de las preferencias, como La Paz, Pando o Cochabamba, en estas elecciones departamentales apenas alcanzó 10-15% de los votos.

Que el MAS y Comunidad Ciudadana obtuvieran una votación significativamente menor en estas elecciones departamentales, en comparación con las nacionales de hace unos meses, demuestra que la lógica regional responde a fuerzas y contrapesos que no tienen nada que ver con el escenario de unas elecciones presidenciales. Comparándolo con lo ocurrido en 2014-2015 nos damos cuenta que esto no es un fenómeno nuevo, sino que tiene una consistencia a través de los años y las disputas regionales. También muestra que la ciudadanía boliviana es lo suficientemente madura para elegir candidatas y candidatos de acuerdo a tiempos y lugares concretos, y mucho más allá de los emblemas partidistas. Casi la mitad del voto boliviano se muestra volátil, pero consciente de que puede hacer la diferencia en momentos determinados.

En cualquier elección hay ganadores y perdedores, ya sean partidos o figuras políticas. Como partidos, el MAS pierde porcentajes de votación, pero era algo que se esperaba por lo que no hay una alarma especial. En cambio, la derecha moderada de Carlos Mesa y Comunidad Ciudadana sí pierde importantes espacios para cederlos a la ultraderecha boliviana, en sus distintas expresiones. Aquí quizás el principal ganador sea Luis Fernando Camacho, que al ganar la gubernatura de Santa Cruz se convierte en la figura más relevante e influyente de la oposición.

La gran perdedora, sin duda, es Jeanine Áñez, la presidenta interina del gobierno golpista que en las elecciones en su terruño, en Beni, quedó en un lejano tercer lugar, con apenas el 15 % de las simpatías. Una derrota enorme que la aleja de los reflectores centrales de la política boliviana y muestra que el golpismo no contó con el apoyo de la ciudadanía en 2019, y hoy sigue siendo ampliamente rechazado.

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