Hora de salir de la ridícula disputa entre economía y salud
El perverso juego que proponen los que instalaron el dilema, esquiva la cuestión de fondo que implica dirimir la óptima dinámica para la nueva normalidad hacia la que el globo se encamina.
Durante demasiadas semanas, buena parte de la opinión pública, pero en especial un sector de la dirigencia política se dedicó a establecer un falso antagonismo entre lo sanitario y lo económico.
Los medios de comunicación se prestaron como tribuna privilegiada de una discusión sin sentido que elude el verdadero enigma sobre el que debería ponerse toda la atención para poder avanzar.
La consigna de construir un podio imaginario con las preferencias de la coyuntura sugiriendo opciones engañosas no ayuda para nada y solo aleja las múltiples salidas sobre las que se debería estar deliberando.
Así como respirar y alimentarse no son alternativas a evaluar, en el caso de la pandemia tampoco es válido plantear variantes alejadas de la realidad y convertir todo esto en una tensa puja que no justifica ser considerada.
En todo caso queda bastante claro que esas dos acciones no se pueden hacer exactamente en el mismo instante, pero es más que evidente que ambas son indispensables para la continuidad de la vida humana
Polemizar acerca de si la salud debe ser la prioridad y la economía solo un complemento parece algo descabellado, sin embargo, muchos se han subido a este insólito contrapunto desviando esfuerzos de lo trascendente.
La tarea central tanto de los gobiernos como de los ciudadanos es ahora analizar con celeridad cual de todas es la mejor combinación para esta nueva etapa pensando en la imperiosa necesidad de una simultaneidad.
Cuidar la salud y generar riqueza no son, para nada, conceptos incompatibles. Justamente el deber llama a reflexionar respecto de como lograr que ambos objetivos se logren acabadamente con inteligencia.
Ya no se trata de una contienda sobre quien tiene mejores argumentos. Casi todos, por diferentes motivos han entendido que la cuarentena eterna no es razonable y que una sociedad no puede jamás dejar de producir.
Interrumpir el circuito económico por un largo periodos solo empobrecería a la gente y la llevaría a padecer otros sufrimientos derivados de una inusual escasez con la que no está acostumbrada a lidiar de manera alguna.
El mundo ha cambiado, aunque algunos sigan resistiéndose a ese inexorable imperativo. Por lo tanto, la labor clave de este presente es proyectar caminos que permitan alcanzar una armónica coexistencia.
Ya no vale la pena meditar mucho sobre cual debería ser la prioridad superior, sino que hay que poner toda la creatividad al servicio de como conjugar con talento la diversidad de intereses con suficiente sensatez.
Cuando se enfrenta, como en esta ocasión, a una enfermedad de la que se conoce muy poco, con la que se alterna a diario, cuya vacuna salvadora aún no se ha descubierto y los tratamientos están en la fase de observación, queda poco margen para frases absolutas y verdades reveladas.
No hay lugar para la presuntuosa arrogancia de muchos líderes. Jamás se celebran las victorias antes de conseguirlas. Deberían guardarse esa despreciable soberbia para otra instancia y no para épocas en las que los muertos del planeta se cuentan cotidianamente de a miles.
Las conclusiones apresuradas son siempre peligrosas. La película recién se ha iniciado y sería temerario suponer que ha accedido a la receta precisa para algo tan desconocido, sin horizonte de plazos y con centenares de interrogantes sin respuestas a la vista.
Esperar de los gobiernos soluciones mágicas es poner las expectativas en el lugar equivocado. Los burócratas no administran información privilegiada. Aprenden minuto a minuto de la mano de los expertos e instrumentan normativas aplicando criterios tan opinables como cuestionables.
Si los ciudadanos no desean instrumentar mecanismos ingeniosos para convivir con el covid-19 nada funcionará y solo se transitarán diferentes niveles de retorcidos experimentos sociales repletos de malos tragos.
La cooperación será vital para este ciclo del proceso. Cada nación, cada ciudad y cada barrio se mueven de un modo casi único y es por eso qué dadas las exclusivas condiciones de cada ámbito se debe formular una matriz propia para implementarla localmente siempre sujeta a revisión.
Se podrá aprender de los intentos ajenos, imitando a veces, copiando en ciertas circunstancias, o simplemente adecuando distintas modalidades a las especiales características del espacio sobre el que se actúa.
Es tiempo de abandonar la ruin actitud de disfrutar de la tragedia foránea como si eso mejorará lo propio. También hay que dejar de consolarse con la transitoria estadística lograda hasta aquí, como si fuera sinónimo de éxito.
Es menester encaminarse rápidamente hacia una era proactiva enfocándose en diseñar nuevos protocolos que permitan una convivencia con este virus que no ha dado señales de estar dispuesto a dejar de lado su contagiosidad.
Distancia social, lavado de manos, barbijos y no tocarse la cara serán las reglas para producir desde ahora y hasta quien sabe cuando. Hacerlo así es la meta a la que habrá que ponerle esmero hoy mismo para salir de la trampa a la que invita un debate tan estéril como inconducente.
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