La política no es “El arte de lo posible”

La teoría del mal menor induce a votar siempre por alguna de las candidaturas que ofrece la “dirigencia” corrupta e inepta. Pero mucha gente ya se está dando cuenta que cuando todas las opciones son inaceptables, el mal menor es votar en blanco y no por alguno de los malos candidatos ofrecidos. Esto pudo verse en las últimas elecciones donde hubo millones de abstenciones, votos en blanco y nulos y una gran dispersión de votos por pequeños partidos. 

Hay otra teoría tan dañina o más que la anteriormente mencionada y es la que define a la política como “el arte de lo posible”. Me propongo en este artículo hacer la crítica de esa definición engañosa y nociva, una de las máximas responsables del monopolio del poder ejercido por los partidos peronista y radical (y sus derivados). 

Si esa definición fuera verdadera, viendo que el peronismo (SA) y el radicalismo (SRL) son los únicos partidos que llegan al poder por la vía electoral, la conclusión sería: hay que optar inexcusablemente entre quedarse al margen de la política abandonando el poder en manos de la “dirigencia” corrupta e inepta o hacerse peronista o radical (o de algunos de sus derivados), o sea, sumarse a la “dirigencia” corrupta e inepta. Esta es, como puede verse, una falsa alternativa. 

Esa definición insinúa que la política nada tiene que ver con la moral. Es la cínica aceptación de los “hechos consumados”. Muchas “buenas personas” aceptan esta idea, se amoldan sin asco a cualquier situación y apoyan sin escrúpulos a cualquier canalla exitoso. 

Sin embargo, la “política” es la prudencia aplicada en los asuntos públicos con el fin de lograr que gobiernen los mejores y que los actos de gobierno sean justos y sirvan al bien común. 

Por lo tanto, no es un “arte” en primer lugar ni menos aún exclusivamente. El arte es el ordenamiento de las acciones conducentes a la realización de algo por hacer (recta ratio factibilium). Pintar un cuadro, construir una casa, pilotear un barco, curar un enfermo, son todas acciones que procuran un resultado exterior al artista que exige de éste un conocimiento de los medios y del resultado a obtener junto con una cierta habilidad en el uso de sus facultades. 

El arte es independiente de la virtud del artista. Una persona mala puede ser un buen piloto o un gran pintor. El fin que se propone es una obra o una labor externas a él que, en cuanto tales, exigen una determinada forma de actuar que es indiferente a su perfección humana. 

Es claro que un gran pintor tiene esa forma de excelencia que es su arte que lo hace admirable. El gran artista es un lujo de la naturaleza humana creada por Dios a Su imagen y semejanza. La belleza de la obra artística refleja al Creador. 

En cierto sentido, las acciones políticas son una obra exterior al hombre, un resultado. Por ejemplo, una ley realmente disuade a los delincuentes o no los disuade. Si los disuade, la “obra” llamada ley, está artísticamente bien hecha. Si no los disuade, es una obra fallida, una “mala praxis”. Materialmente hablando, por lo tanto, hay un “arte político”, pero esa no es LA política. 

Lo más importante en la política es lograr el fin para el cual los hombres viven en sociedad, que es vivir bien y ser felices, mucho mejor que viviendo cada uno por su lado y combatiéndose los unos a los otros. 

Esto no se consigue sin la Justicia, que es la regla de oro de las relaciones humanas. Sin Justicia, no hay posibilidad alguna de convivencia pacífica, ni de perfeccionamiento humano, ni de bienestar general. 

Ahora bien, la Justicia es la virtud de alguien que da constantemente a cada uno lo suyo y se rehusa, con la misma constancia, a despojar al otro de lo que es suyo. Es decir, no existe sin hombres justos. 

La Justicia, por lo tanto, antes que una equivalencia objetiva de prestaciones, es la virtud de una persona que toma decisiones y actúa. La persona justa es una fuente de irradiación de Justicia y de alguna manera, es la regla viva de ésta. 

El acto justo está relacionado con datos concretos que son condiciones esenciales para que la regla general de justicia pueda aplicarse a la realidad sin errores evitables. El hombre justo y conocedor de la materia en que actúa, tiene esos datos particulares y ama la regla general de la justicia que manda dar a cada uno lo suyo. Luego, cuando actúa, lo hace con justicia, sin perjuicio del margen de error propio de la falibilidad humana. 

Es en este principio que se basa el valor de los “precedentes” judiciales y el “common law” tradicional. Tanto el “common law” como el valor de la jurisprudencia suponen que los jueces que nos han precedido eran hombres justos. Si no lo eran, la jurisprudencia sentada por ellos no sería sino el registro de las anteriores injusticias a evitar. 

Ser justo no es suficiente para ser un hombre de gobierno, aunque es lo principal. Es necesario, además, tener el discernimiento y la inteligencia necesarios para conocer las personas, analizar los problemas y perspicacia para ver con claridad en las situaciones confusas y estimar el posible desarrollo de los acontecimientos. 

Los hombres (y mujeres) que tengan esas cualidades deben ser los que gobiernen. Obviamente, los injustos, los codiciosos, los malos y los mediocres envidiosos en general, tratarán de gobernar ellos en perjuicio del bien común. Hay que lograr lo primero y evitar lo segundo. Ese es todo el “quid” de la política. 

Un amigo me dió hace algunos días un texto de un filósofo chino de hace muchos siglos que demuestra que esto es de sabiduría natural: “Sólo el hombre de buen corazón debe ser nombrado para un alto cargo…cuando la gente culta viola sus propios principios y la gente vulgar viola las leyes, el país sólo podrá seguir existiendo por mera suerte…Si las murallas de la ciudad no están fortificadas y el ejército no está debidamente equipado, esto no es una calamidad nacional; si las chacras no están cultivadas y no hay reservas económicas, esto no es una calamidad nacional; pero si la gente culta pierde sus hábitos y su moral y la gente vulgar carece de educación, surgirán los destructores de la sociedad y el país no tardará en perecer”. 

Por lo tanto, “política” será poner todos los medios lícitos necesarios para: 

a) Conseguir que los mejores lleguen al gobierno, que en él se mantengan y que gobiernen con justicia y eficiencia al servicio del bien común. 

b) Paralelamente, habrá que evitar que los malos lleguen al gobierno o desalojarlos si en él estuvieran. 

El propósito virtuoso de la prudencia política es éste. 

Cuando digo “los mejores” señalo un ideal al que debe tenderse. Quien es “el mejor” es discutible, pero lo que no es discutible es que sólo quienes amen la justicia y sean intelectualmente capaces son admisibles en el gobierno y JAMAS lo será un injusto, corrupto e inepto, como lo son los integrantes de esta “dirigencia” que nos tiraniza. 

Hay algo de arte en eso, pero subordinado a la virtud o “arte” de vivir que se llama “prudencia”. La prudencia mira, por encima del objetivo práctico material inmediato (por ejemplo, ganar una elección), al objetivo final de la vida humana, que es la perfección y la verdadera felicidad. Luego, el “arte” de conseguir votos tendrá libre curso en la medida en que los medios usados no infrinjan la Justicia pues la injusticia destruye la propia razón de ser de la sociedad. 

La prudencia, entonces, deberá emplear un arte superior al mero “arte electoral”: será el arte de ganar la elección por medios honestos. 

Despreciar la subordinación del arte a la prudencia, seria tan absurdo como cometer una hábil estafa para pagar una deuda. La deuda estaría pagada pero aquel hombre sería un gran imprudente en riesgo de ir a la cárcel (y de condenar su alma). 

Estos objetivos, que se enuncian brevemente, están al cabo de un complicadísimo laberinto que debe ser recorrido por la prudencia, virtud moral e intelectual primera en la enumeración de las virtudes y sin la cual las demás son de imposible cumplimiento. A veces, la prudencia parecerá intransigente “quijotada”, otras veces inactiva timidez; pero no será nada de eso, si es verdadera prudencia ni será prudencia si nunca es audaz ni paciente. 

Así vista, la política es virtuosa y quien se dedique a ella debe ser considerado como un benemérito. Todos pueden y deben hacer política en este sentido y quien no la haga peca contra el amor de Dios y del prójimo. No depende de tener muchos medios sino de tener un gran ideal de Justicia. La prudencia siempre encontrará los medios, pocos o muchos, para tender a ese ideal. Así, en vez de aquella pegadiza definición que menciono al principio de este artículo podría decirse: “La política es el arte prudencial de hacer posible lo imposible por amor a la Justicia”. 

The BFG

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