Un baile sanador

Esta es otra experiencia que viví en una de las devoluciones solidarias que hacemos en la Academia Solidaria de Arte (recuerden que existe una actividad fundamental para el desarrollo del proyecto, que se llama Devolución Solidaria. Todos los alumnos que tienen acceso gratuito a las distintas disciplinas artísticas que ofrecemos deben sumarse a devolver a la sociedad la solidaridad que reciben en cada materia a través de diferentes eventos que realizamos durante el año). En el año 2011 la devolución solidaria fue en un geriátrico de la ciudad de Villa Allende que cuenta con una población de 98 ancianos.

Uno de los casos conmovedores del hogar de ancianos fue el de la Sra. Juana.

¡Ahí va!

Cuando le tocó el turno a la cátedra de Danzas Folclóricas de hacer su intervención el hogar explotó de alegría. Nos juntamos en el comedor, en una suerte de saloncito donde había un televisor alrededor del cual se juntaban todos a mirar la programación general elegida (ya que nadie tenía acceso al control remoto). Sin pedir mucho permiso y quitándole el protagonismo al aparato de TV (desenchufándolo, jeje), generamos una suerte de pista de baile aprovechando el circulo natural que las sillas con los viejitos generaban. Se armó alto bardo (decían los chicos). Todos aplaudiendo y cantando, celebrando el momento feliz que se vivía. La cara de alegría y felicidad de los enfermeros también era sorprendentemente contagiosa, eso me llamó la atención, ellos también estaban disfrutando ser testigos de una escena nunca vista en el lugar, disfrutaban al ver disfrutar a quienes en general estaban tristes y decaídos. Según sus propios relatos, los enfermeros son los encargados, además de sus funciones obvias, de ponerle un poco de onda al día a día; sobre ellos recae un poco la responsabilidad de animar a sus atendidos, de estimularlos para que no decaigan. Todos saben lo afortunado que se es cuando te toca un enfermero que tiene ese espíritu contagioso que te anima a ponerte de pie.

En el improvisado salón de baile, se podía ver a: muchos de los ancianos que saliendo a bailar tiraban pasos experimentados de zambas, chacareras y gatos; y a los animados espectadores, enfermeros y viejitos imposibilitados de moverse, recuerden que en estos lugares tenemos viejitos muy viejitos, algunos en sillas de ruedas, etc.

Una de las bailarinas del momento fue Doña Juana. Se movía muy lento, casi en un vaivén que hacía en su lugar, un simple meneo de su “oxidado cuerpo”, me tomó de la mano y no me soltó. Cuando terminó el tema yo quise continuar con mis actividades, pero fue imposible separarme de ella, no me soltaba, me apretaba fuerte de las manos y me decía con una sonrisa y una indescifrable dicción pero con un claro mensaje que quería seguir. Yo dejé que comenzara otro tema musical y bailé nuevamente con ella, era gracioso porque lo nuestro parecía una danza lenta cual vals, pero la música que sonaba era una chacarera furiosa, como cuando uno está en esos bares donde hay televisores prendidos sin sonido, mientras suena otra música de fondo.

La cuestión es que cuando terminó el tercer tema que estábamos bailando, en una mezcla de Peteco Carabajal y Sergio Dalma, algo así como “Bailar Pegados” fusionado con “Chacarera de la Piedras “, ¡yo me quería escapar! Necesitaba organizar otras cosas, seguir con la jornada, ya que había simultáneamente muchas actividades, pero Juana no me soltaba. Los chicos se reían y me decían: -¡está enamorada de vos!- ¡Martín consiguió novia!- Y esa clase de gastadas que se le hacen a las parejas con el objetivo de sonrojarlos.

Antes de que se largara el cuarto tema, por fin un alma caritativa se apiado de mí. Fué una enfermera que con una sonrisa enorme dándose cuenta de la situación tomo de las manos a la bailarina pendular y le dijo -Juana ¡vamos, vamos! que el muchacho se tiene que ir- y muy amable y suavemente, me libró de mi anciana danzarina enamorada.

Lo increíble fue cuando la enfermera emocionada y con los ojos llenos de lágrimas se acercó y me dijo que Doña Juana hacía más de tres meses que no se levantaba de la silla donde estaba postrada, día tras día, todos los días, se la pasaba sentada inmóvil, triste, sin ganas de comer, sin ganas de seguir; hasta ese día, donde según palabras de la relatora encargada del cuidado de los viejitos, pero también de agregar ese plus de ánimo; la música la hizo renacer y tuvo conmigo un baile sanador.

Nunca tuve con una mujer un baile tan apasionante.

Martín Gómez
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