El miedo en tiempos de la democracia

Muchos de nosotros (especialmente quiénes no llegamos a las tres décadas) hemos escuchado interminables historias acerca del último gobierno de facto, e inclusive hemos estudiado una “versión oficial” durante nuestro paso por los primeros niveles educativos; y para quienes seguimos una carrera universitaria orientada a las ciencias sociales, esta etapa es un aspecto de absoluta obligatoriedad. El miedo y la sensación de peligro e inseguridad que transmiten aquellas personas que recuerdan el golpe del 76’ es seguramente una mínima expresión de lo que realmente sintieron en aquella época. En mi caso, de todos los testimonios recabados en estos años me queda una misma premisa: “Perderse y desaparecer no son sinónimos”.


Sí, lo que leyeron. Pero ojo: no estoy diciendo que nosotros estemos viviendo algo siquiera similar, para nada. Lo que digo, es que sí enfrentamos o conocemos – gracias a los medios de comunicación- diversas situaciones e historias particulares que también nos atemorizan y crean desconfianza en quienes abogamos por la existencia de un Estado de derecho, con agentes auxiliares de la justicia que se encuentran abocados a nuestra seguridad, a cuidarnos.


Seguridad: una palabra que mucho se repite a pesar de ser la gran ausente en nuestra sociedad; los delitos han aumentado y ni el Aislamiento Preventivo que transitamos lo ha impedido. Vemos a diario cómo en localidades de nuestra provincia se incrementan los hechos violentos de robo o vandalismo. Esa seguridad pregonada ya no la goza la niñez, que no puede disfrutar de las calles como lo hemos hecho las generaciones anteriores, ni nuestros viejos a los que pareciera que “población de riesgo” ahora es el título que mejor los define; esa seguridad hace mucho ya la perdieron las mujeres, nuestras madres, nuestras hermanas, nuestras novias, nuestras amigas… En Argentina se registraron 168 femicidios en lo que va del año, es decir un 15% más que el año anterior.


El miedo existe y es real. Tan real como sus causales. Convivimos con el miedo de no saber qué sucederá con la economía nacional: vuela el dólar, el aumento en el costo de los servicios públicos está más latente que nunca, la inflación ya no amenaza sino que se presenta en cada góndola, el campo atraviesa otra sequía y la producción no prospera, las cifras de contagiados de Covid 19 no son alentadoras, etcétera. El miedo es real y refiere a lo incierto del futuro. El miedo combinado con los trastornos que sufrimos todos en mayor o menor medida a raíz de estos 160 días de “Nueva Normalidad”; una combinación explosiva. Y este miedo se replica en el aumento de ausencias, en nosotros (los jóvenes) que vemos con preocupación cómo se elevan y se transforman en números frívolos los casos de personas que no vuelven, que simplemente desaparecen cómo mencionaba al comienzo. Y la diferencia de éstas con las desapariciones forzadas durante el terrorismo de Estado radica en que las que perpetraba el gobierno militar eran centralizadas desde el propio Poder Ejecutivo; pero las que reclamamos nosotros, se presentan como “prácticas sistemáticas de abuso policial y de formas de negligencia, indiferencia, inacción y/o complicidad judicial y política en diferentes jurisdicciones del país”, como afirma un informe realizado por Hostigados.


Así vivimos. Esto es Argentina: Seguimos siendo testigos de la debacle económica; seguimos perdiendo a pibes producto de la inacción y la violencia; seguimos siendo espectadores de una opereta política (y un circo mediático que acompaña) que restringe libertades, coarta derechos, abusa del poder, controla en vez de cuidar, avanza sobre la propiedad privada y sobre las autonomías, ataca los intereses y derechos colectivos, y nos violenta, mientras nos mantiene escondidos del Covid bajo la premisa de protegernos. Seguimos, seguimos pero cada vez más silenciosos, más cómplices por acostumbramiento, más sumisos. La pregunta es: Cuando todo pase… ¿Cómo seguimos?

Maxi Mosdien

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