Un año atrás, en un reportaje en el que exponía sus ideas sobre la pandemia, Alberto Fernández afirmó que prefería tener un incremento del 10 por ciento en el universo de pobres antes de permitir que el Covid-19 causara 100.000 muertes, ya que la caída económica podría remontarse, pero la muerte no. Los datos consignados esta semana por el INDEC para el 2020 registran un 42 por ciento de pobreza, y un 10,5 por ciento de indigencia, equivalentes a 19,4 millones de personas.
Según el informe presentado por Claudio Lozano –quien además se desempeña como director del Banco Nación-, Agustina Haimovich y Samantha Horwikz, del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas (IPyPP) que coordinan Ana Rameri: “Los datos del INDEC para el segundo semestre del 2020 revelan un aumento del 18,3 por ciento de la pobreza (del 35,5 por ciento al 42 por ciento) respecto del mismo semestre del año pasado. A la vez la indigencia crece un 31,2 por ciento (del 8 por ciento al 10 5 por ciento) en el mismo período”.
En síntesis, las políticas del Gobierno de Alberto no tuvieron como consecuencia un 10 por ciento de incremento de pobres en la Argentina, sino de casi el doble (18,3 por ciento). Tampoco se consiguió evitar el colapso sanitario: hoy los muertos por Covid-19 llegan a 56.000, cuando recién se inicia la segunda ola.
Con estos resultados a la vista, no resulta extraño que todos los análisis políticos den por muerto, o al menos en terapia intensiva, a Alberto Fernández. Sin embargo, un grupo de funcionarios, legisladores y sindicalistas que le escriben el “Diario de Yrigoyen” cotidianamente sigue imaginando la alternativa de construir el “albertismo”, e incluso sueñan con su reelección en 2023.
Aunque las últimas semanas dejan escaso margen para el entusiasmo, los “albertistas” consideran que el presidente sigue siendo su única esperanza para evitar que Cristina Fernández asuma el control total del Frente de Todos y termine de liquidar al peronismo. Un objetivo que la vicepresidenta se propuso desde la muerte de Néstor Kirchner, en sintonía –paradójicamente- con los sueños de Isaac Rojas, los Estados Unidos y la Sociedad Rural, desde 1945.
Los “albertistas” tienen en claro que el ciclotímico presidente ayudará muy poco para la consecución de ese fin, al menos en la fase depresiva que atraviesa actualmente. Pero puntualizan que el mismo Alberto en 2017 aseguraba que “Este PJ solo sirve para humillarse y obedecer órdenes equivocadas. Eso lo sé”. Y hoy es también el presidente del histórico partido. “Alberto es el Arsenio Lupin argentino. Nunca se sabe qué identidad adoptará.”-afirman.
Los “albertistas” pretenden convertir a las elecciones de este año en el punto de inflexión de su construcción. Tres serían los pivotes de esa estrategia: la vacunación, la recuperación económica que se viene evidenciando y el desempeño de una tarea excluyente en la campaña electoral en la Provincia de Buenos Aires.
Para el primero exhiben la consigna “Un vacunado en cada familia”, que demostraría que el presidente no le suelta la mano a la sociedad en tiempos de pandemia.
El segundo implica dejar que la recuperación económica evidenciada en los últimos meses siga su propio camino, con un viento de cola proporcionado por medidas estatales. “Hasta los economistas de Juntos por el Cambio reconocen que este año habrá un rebote de 5 a 7 puntos del producto (respecto del año anterior)”, se ilusionan.
El tercero pasa porque a pesar de su drástica caída en las encuestas, Alberto mantiene la menor imagen negativa respecto de los otros referentes destacados del Frente de Todos. “Axel (Kicillof) lo va a necesitar para garantizar la victoria en la Provincia”, aseguran. Y en ese escenario la figura del presidente cobraría nueva relevancia, de la mano del éxito de las dos variables anteriores. De hecho, el Gobernador bonaerense ya le exigió al presidente que cargue con la responsabilidad de la adopción de las medidas restrictivas que demanda la segunda ola del Covid-19.
Con ese protagonismo preelectoral, Alberto podría presentarse como el padre de la victoria, en caso de que las urnas favorezcan al oficialismo. Y allí vendría la discusión sobre las candidaturas presidenciales del Frente de Todos para 2023. Pero confían en que luego de dos victorias electorales (2019 y 2021), en las que habría tenido un desempeño preelectoral relevante, nadie se animaría a discutirle su derecho a la reelección, ya que su eventual desplazamiento sería entendido como que el Frente de Todos le baja el pulgar al juzgar su gestión como negativa.
Y, si los propios interpretan de ese modo el resultado de su mandato –concluyen-, ¿quién querría poner la cabeza para que el candidato de Juntos por el Cambio se la guillotine en la elección presidencial?
Tal como suele suceder a menudo, las evaluaciones optimistas chocan contra la dura realidad. Antes que nada, el que no está convencido de crear su propio espacio de poder es el propio Alberto. Tampoco hay garantías de que la modesta recuperación actual de la economía pueda sostenerse ante un rebote exponencial de la pandemia.
Desde el Instituto Patria aseguran que, para evitar que esta alternativa pueda cobrar vuelo, Cristina estaría dispuesta a desembarazarse de su presidente testimonial para asumir ella misma la primera magistratura y, de ese modo, convertirse en la única candidata posible del Frente de Todos en 2023. Pero primero debe conseguir que la figura presidencial termine de hacerse añicos con la Segunda Ola de la pandemia, para no cargar con ese incómodo lastre.
En sus devaneos, Alberto se cree rey, y que aún puede conservar su corona. Pero está desnudo y los “albertistas” no sólo se lo ocultan, sino que adjudican a campañas de todo tipo las críticas destructivas que recibe, tanto de afuera como desde adentro del Frente de Todos.
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