Coronavirus, fake news y ‘todólogos’ de ocasión: México ante la pandemia

En casos como la pandemia del coronavirus no es raro que algunas de las primeras explicaciones del origen de estas provengan de la imaginación de las teorías conspiratorias. Prácticamente no ha habido ninguna enfermedad de contagio en las últimas décadas a la que no se le haya inventado una mitología que está más relacionada con el morbo y el amarillismo que con la realidad. Desde algo que se salió de control en alguna investigación científica, pasando por las que se desarrollaron en complejos militares para destruir al enemigo, hasta las que involucran la voluntad divina para castigar a un grupo en particular como presagio del fin del mundo que se encuentra a la vuelta de la esquina. Otra vez.

Pero las teorías conspirativas son apenas la punta del iceberg de las mentiras o fake news que se tejen alrededor de estos casos. Información falsa soltada a propósito por algún interesado suele servir lo mismo para que una empresa encarezca sus productos o venda los que tenía estancados en bodegas, para que una farmacéutica o cualquier otra empresa especule con sus acciones en las bolsas de valores, para que la oposición cuestione con argumentos o sin ellos las acciones del gobierno en turno, y hasta para reacomodos geopolíticos.

La pandemia del coronavirus ha dado pie a varias fake news, algunas de ellas malentendidos o interpretaciones no rigurosas que se comparten como parte de la paranoia colectiva, y otras verdaderas mentiras malintencionadas cuyo único propósito es golpear al gobierno y socavar la confianza que los ciudadanos necesitan en un caso de emergencia como este. Una irresponsabilidad total producto de la perversidad y falta de solidaridad de unos cuantos reventadores con agenda propia.

Es normal que algunas mentiras suelan venir de la oposición de los gobiernos. Es parte de sus estrategias políticas y electorales. Pero es muy mal síntoma cuando viene de los propios periodistas que se supone son el vínculo de la sociedad con la información fidedigna. Ese fue el caso de México. Varios periodistas y medios famosos (aunque poco prestigiosos) vinculados a (Joaquín López Dóriga, Raymundo Riva Palacio, Ricardo Alemán, Carlos Loret de Mola o Animal Político) demostraron ser poco profesionales y con poca éticaal difundir la muerte del empresario José Kuri (primo de Carlos Slim) como la primera por el Covid-19, quien todavía sigue vivo.

Para la oposición se ha vuelto una obsesión enfermiza desde hace meses tratar de desprestigiar al sistema de salud como un medio para golpear al gobierno. En la coyuntura actual, esperan con vehemencia el primer muerto por la enfermedad, algo que es inevitable, para clamar que fue por negligencia del Estado. Así declararon la muerte del empresario opositores al gobierno de López Obrador como Samuel García (Senador), Margarita Gómez del Campo (prima de Margarita Zavala, esposa del expresidente Felipe Calderón) y Javier Lozano (miembro del gabinete de Felipe Calderón).

¿Pero y los periodistas? ¿Cuál es su intención? Quizá en algunos casos se deba al poco profesionalismo y rigor que tienen algunos medios con tal de tener una primicia. En otros, parece que hay quienes siguen molestos con el gobierno actual por cortar los millonarios pagos que la administración anterior destinó en publicidad a sus páginas de noticias con nulo tráfico de lectores. La voluntad de “matar” a un empresario, que todavía en estos momentos se debate entre la vida y la muerte, exhibió a los periodistas como faltos de ética, por lo que fueron bautizados inmediatamente como prensa carroñera o buitres del periodismo.

Pero no solo son los políticos de oposición o los periodistas del antiguo régimen, también hay ciudadanos que mienten sin pudor sobre cuestiones relacionadas a la enfermedad. Pongamos, por ejemplo, a quienes al pasar de los días han declarado que hay gente enferma del coronavirus y que no recibe atención en los hospitales públicos o privados. Un ejemplo de esto es la columna @CeroPrudente, que el periodista Ricardo Raphael escribió este lunes. Ahí describe cómo un usuario de Twitter pide desesperadamente por ayuda para su hermano que está internado en un hospital privado por coronavirus, pero que no recibe ninguna atención. Raphael decide ir al hospital para comprobarlo. En dicha habitación sí había un enfermo, pero este se encontraba sin ninguna compañía y, lo más importante, había resultado negativo en la prueba de coronavirus. ¿Por qué un ciudadano mentiría tan descaradamente en las redes sociales aumentando el nivel de pánico y miedo que ya se respira en el país? Mientras escribo estas líneas me llegan cadenas de WhatsApp diciendo que el gobierno mexicano va rociar en helicópteros un desinfectante en ciertas ciudades durante la noche por lo que hay que permanecer en casa. Falso también.

La lista sigue y pudiera ser interminable. Esta semana, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, escribió en su cuenta de Twitter (donde hace política a lo Trump) que no se recibiría un vuelo procedente de México porque había doce casos confirmados de Covid-19. Nada más falso. Para empezar, las doce personas eran ciudadanos salvadoreños, o sea, se estaba negando a recibir a sus propios ciudadanos. Segundo, no había casos confirmados ni evidencia que estuvieran enfermos, como se lo explicó el canciller mexicano Marcelo Ebrard. Todos los pasajeros estaban sanos. Pero Bukele hizo caso omiso y con ayuda de la aerolínea se canceló el vuelo. No importó ni que fueran sus compatriotas ni que estuvieran sanos. Afortunadamente, la cancillería mexicana los ha tomado para su resguardo en lo que se resuelve su situación migratoria.

Un papel similarmente deplorable es el que han jugado los comentócratas que escriben sobre todo aunque sepan casi nada con precisión. Pretenden darles cátedra a las autoridades de Salud. Son los mismos que hace año y medio eran expertos en política y sistema de partidos, lo fueron meses después en ingeniería aeronáutica, después en ecologismo, hace unas semanas en feminismo y ahora dan clases de epidemiología. Seguramente en tres meses serán los mejores economistas que hablarán de la reconstrucción del orden mundial como sabios desde la comodidad de su sillón. No les importa generar desconfianza y sembrar pánico con tal de escribir una columna amarillista que tenga un par de lecturas extras. Con tal de salir del anonimato prefieren la irresponsabilidad como característica de su escritura, como quien dice que habrá dos millones muertos en México solo porque no supo sacar los porcentajes correctos de la información que dio el gobierno.

Blanco predilecto de estos ataques de los nuevos peritos en salud pública son los médicos especialistas con décadas de experiencia en el manejo de estas enfermedades. Es el caso del Subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, que cuenta con un doctorado en epidemiología por Johns Hopkins (una de las universidades más reconocidas en medicina mundialmente), así como décadas de experiencia en el manejo de la salud pública, que incluyen la respuesta de México ante la crisis de la influenza A-H1N1. No está solo en esta crisis. A su lado casi siempre aparecen el Dr. Gustavo Reyes Terán, una eminencia en virología e inmunología y una de las máximas autoridades a nivel mundial en el estudio sobre VIH, y el Dr. José Luis Alomía, también experto epidemiólogo y en salud pública con credenciales internacionales.

La crisis de salud en México viene fuerte, igual que en el resto de Latinoamérica y similar a lo que hemos visto en Europa con los casos de España e Italia. No es momento que la discusión pública la ocupen periodistas que amanecieron “expertos en epidemiología” porque leyeron Wikipedia. No es momento de minar la confianza en nuestras autoridades de salud pública. No ahora con lo más complicado por venir. Lo que más quieren estos médicos es salvar vidas. A ello han dedicado toda su vida. Cuarenta, cincuenta años de conocimientos no deberían ser tan tomados a la ligera por quienes leyeron un par de horas para escribir el artículo periodístico de moda en clave alarmista.

En esta pandemia mundial estamos en manos de los especialistas. Hay que escucharlos y seguir sus indicaciones. No a periodistas que mienten por tener la primicia amarillista; no a los políticos y menos a los de oposición, que todo lo ven como una renta electoral; no a las cadenas y cuentas falsas en WhatsApp o redes sociales; no al primo del amigo de la tía que dijo que escuchó en la calle que todo es una conspiración mundial y que al otro día dice que no pasa nada porque con miel y limón se quita; no al periodista “todólogo” que escribe aunque no sepa, con un ego del tamaño del mundo y que irresponsablemente siempre cuestiona a los verdaderos especialistas.

López Obrador ha dicho que la responsabilidad de la política sanitaria la están tomando los médicos expertos, así que estamos en manos de ellos. Escuchémoslos a ellos. Ya no pongamos atención en el ruido blanco que está llenando todo los espacios públicos. Urge. Nos va la vida en ello.

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