Un Mauricio que es Macri en el país de Cristina

Los cuentos infantiles dejaron atrás ya en el siglo pasado los estereotipos. Ni princesas ingenuas y buenas. Ni brujas viejas y malvadas. Ni príncipes héroes. Ni ogros inmundos. La modernidad llegó a la literatura infantil para regocijo y apertura mental de las nuevas generaciones.

El problema es que los adultos de hoy, que sí fueron moldeados con esos arcaísmos, parecen necesitar siempre del relato maniqueo. Es blanco o es negro. Es moral o es corrupto. Es pobre o es rico.

Ese es el éxito de la grieta. De la que viven no sólo los políticos sino la mayoría de los medios de comunicación (también esta columna que hoy, al tener a Mauri y Cris en su título, mas allá del contenido, será clickeada más veces que cualquier otra nota política que los omita).

Es lógico. La grieta representa en el conjunto de la sociedad argentina algo así como la infancia. Y regresar a la infancia nos calma. Nos vuelve a un lugar de confort y de seguridad, en la mayoría de los casos. Ergo, saber que yo estoy del lado de los buenos en contraposición a que los otros están del lado de los malos nos enaltece. Nos da seguridad y certeza.

Pero la vida adulta, y por ende la política, está llena de matices y de grises. No hay buenos totalmente buenos y malos totalmente malos. No hay morales y corruptos. Tampoco son todos iguales. Pero 30 años de deambular por el poder son suficientes para asegurar que los parecidos a la hora de ejercer el poder son muchos más que las diferencias.

Mauricio, que es Macri (esta semana Máximo reflotó en la Cámara de Diputados ese axioma de Néstor Kirchner casi con la misma inflexión de voz), se tomó esta semana un vuelo a Europa y se alojó en el hotel más caro de París, Le Reserve —240 mil pesos la noche solo para dormir—, dándoles a las fieras antimacristas más pasto que los que se quemaron en los humedales de Entre Ríos en los últimos días.

Está claro que tiene con qué pagar. Siempre ha sido rico. Pero no sería momento para no ser empático con la sociedad, ni con sus compañeros de ruta política, al dejar la pelota en el arco a tiro de penal. “Queda claro que es mejor turista que Presidente”, remató el jefe del bloque de Diputados del oficialismo.

Cristina no se quedó atrás. Como si con el planteo de una reforma judicial integral en medio de su propia pandemia jurídica personal no alcanzara, nombró a su abogado, el Dr. Carlos Alberto Beraldi, dentro de la Comisión que asesorará al Presidente sobre la conformación futura de la Corte Suprema de Justicia.

El tufillo a posible impunidad valió que resonaran, una vez más en solo siete meses, las cacerolas porteñas. Y el banderazo nacional. Y que La NaciónClarín y sus columnistas —que ya ni siquiera intentan el equilibrio de sus plumas— afilaran los dientes para hincarlos donde más les gusta, que es en el cuello de la vicepresidenta.

Ahora bien. Macri perdió la elección el año pasado. Hoy ni siquiera es el presidente de su partido y en todo caso volverá a ser tema el próximo año cuando intente ser candidato a diputado por la ciudad de Buenos Aires. Ahí se verá si Horacio Rodríguez Larreta se recibe de jefe o sigue trabajando de CEO de Mauricio.

Pero para eso falta mucho.

Cristina hoy es poder real. Por eso sus yerros o equívocos toman mayor trascendencia. La inclusión de Beraldi avalada por Alberto Fernández fue lisa y llanamente una provocación. ¿O es la respuesta a un poder económico y mediático que seguirá diciéndole bruja, mala, vieja y corrupta haga lo que haga?

La única respuesta con lógica que trascendió desde el entorno de CFK fue justamente esa: “Si no hubiéramos incluido a Beraldi —quien además tiene todos los pergaminos para estar en esa comisión— no habrían dicho igual que era una reforma para conseguir la impunidad de Cristina? Entonces, ¿para qué sacarlo de la comisión?”.

Difícil respuesta… El deber ser no existe en las disputas de poder. Nadie hace nada sólo por hacer lo correcto. Eso era, recordemos, en los cuentos infantiles del siglo pasado.

Ahora bien. Pongamos luz sobre el otro lado de Cristina. Los primeros siete meses de gestión, la vicepresidenta optó por el silencio público y la ausencia protocolar. Hasta evitó mudarse a la Casa Rosada cuando ejerció la presidencia. Adoptó casi calcado el formato de acompañante silenciosa que ejerció como primera dama en el gobierno de Néstor Kirchner.

Oradora impecable y con mayor preeminencia en los medios capitalinos para entonces que su esposo, casi como un pacto de alcoba matrimonial, Cristina pasó de ser junto a Elisa Carrió de las mujeres mas ácidas y atractivas en lo mediático, a un virtual fantasma público. Néstor era un pésimo orador pero un animal político. Y también era el jefe político de Cristina. La maniobra funcionó a la perfección.

Ahora bien.Alberto no es Néstor. Cristina no es aquella Cristina. Y la dupla presidencial tampoco duerme junta. Por ende los mecanismos de ensamble público-privado necesitan inexorablemente de una nueva combinación. Y es lo que empezó a percibirse en los últimos días en lo más alto del poder.

Mientras el cuentito infantil decía que CFK se metía en todo, la realidad es que era consultada poco y nada. Ahora la conexión entre ambos vuelve a ser cotidiana. Y ella deja de a poco el silencio para hablar mas allá de las sesiones del Senado. Y para mostrarse.

El gran gesto fue, sin dudas, no solo el haber recibido, sino el haber publicitado su encuentro con el Consejo Agroindustrial Argentino. Fue el miércoles en el Senado.

“No hace falta que me cuenten el proyecto, ya lo leí entero”, les dijo CFK a Jose Martins, Roberto Domenech y Gustavo Idigoras (presidentes de la Bolsa de Cereales, de la Cámara de Empresas Avícolas y de la Industria Aceitera, respectivamente) cuando los visitantes accionaron el Power Point para empezar la reunión.

El trío hace dos meses que recorre despachos de gobernadores, funcionarios y diputados del oficialismo y la oposición. CFK fue la primera en demostrar que había estudiado para la reunión. No ocuparon un solo minuto en explicar nada sobre el proyecto de previsibilidad para el sector exportador de alimentos y tecnología alimentaria para el mundo. Los hombres salieron deslumbrados y así lo trasmitieron hacia afuera. A tal punto que hasta La Nación hizo un relato casi elogioso del encuentro.

La nueva actitud dinámica de la vicepresidenta no está dada sólo por este tipo de gestos. Esta semana volvió a almorzar con Fernández en Olivos y se puso a tiro de la negociación por la deuda externa.

Salió a avalar por tuit a Guzmán pero también a chequear información por otras vías. Según comentan algunos integrantes de la alianza de gobierno, Cristina estaría desilusionada con Miguel Galuccio. El ex CEO de YPF fue quien le aseguró que acercaría posiciones con BlackRock, el fondo de Larry Fink.

A la luz de los resultados, los contactos de Galuccio no fueron muy fructíferos.

Esta semana también CFK recibió los informes de ex funcionarios de su confianza que le habrían señalado los yerros en la negociación de la deuda: el primero unificar acreedores de distinto origen, es decir, haber defaulteado con el mismo criterio a los acreedores que entraron al canje en el 2005 y 2010 con los de la era Macri.

Segundo y en coincidencia con el ex ministro Roberto Lavagna, haber dolarizado la deuda en pesos local.

Cuando CFK eligió a Alberto Fernández como candidato a presidente pensó antes que nada que en estos tiempos a ella no la dejarían llegar o no la dejarían gobernar. Esa fue la explicación que le dio a su mesa política.

No tenía que ver con lo ideológico. Así lo cuentan. “Alberto es pre-ideológico. Para él los conflictos son problemas de comunicación entre las partes, no de disputa. Él es genuinamente así. Por eso cada uno que sale de su despacho cree que esta de acuerdo con el Presidente. Porque a todos les dice que sí”.

A siete meses de esa elección y en medio de una pandemia imposible de prever, el ala más intransigente de la militancia empieza a sentir cansancio y desilusión. “Si este proyecto fracasa, Alberto a lo sumo pasa de dar clases en la UBA a dar charlas en dólares por el exterior. Pero para nosotros es el derrumbe político. No hay destino ni para Máximo ni para Sergio, ni para nadie…”, dicen en su alrededor.

Ella escucha y parece estar dispuesta a dejar su rol pasivo para ponerse al hombro nuevamente el proyecto. Pero, esta vez, con un estilo más parecido al de su hijo. Tratando de ahuyentar fantasmas siempre que la dejen.

Si no, seguirá nombrando más Beraldis para morirse con las botas puestas.

Al igual que Mauricio.

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